A principios de los años 80, Sam Raimi explotaba en Evil Dead, el largometraje que le llevó al éxito una idea que le rondaba desde hacia un tiempo por la cabeza: Una serie de amigos perdidos en una cabaña en medio del bosque desatan, sin saberlo, un antiguo mal, y acaban siendo poseídos por fuerzas oscuras y teniendo que luchar contra ellas con lo que tienen a mano.
Y más de uno podría preguntarse ¿Por qué estoy contando el argumento de Evil Dead en una reseña de la sueca Wither? Bueno, porque Sonny Laguna y Tommy Wiklund han debido decidir que, si algo era bueno, para que andar innovando. Así que han cogido la película original de Sam Raimi y han filmado su particular remake. En esta ocasión hay siete amigos en vez de cinco. Y en vez de demonios, la posesión la realizan unas extrañas criaturas que viven debajo de la tierra. Pero por lo demás es igual: El sótano, las posesiones, la sangre…
Que sí, que es difícil innovar en un género como este, y más cuando parece que el público de este tipo de films lo que quiere es ver sangre. Hemos de reconocerle que sangrienta es (aunque usar destornilladores como armas en lugar de motosierras queda un poco cutre) pero no alcanza ni por un momento la esencia del original. Hay escenas más propias de serie B que de película demoníaca.
Es cierto que la mitad del presupuesto se les debe haber ido en conseguir sangre en ingentes cantidades, y que los zombis no están mal hechos del todo (¿por qué esa manía de que todos los poseídos deben tener los ojos claros?) pero no tiene absolutamente nada de esencia.
Quizá la gran culpa de eso la tengan los actores. Es increíble, pero en el grupo de 7 (hasta 8 si contamos con la ayuda externa) no hay absolutamente ninguno carismático. Todos tienen oportunidad de lucirse, como humanos o como ‹zombies›, pero la ausencia casi total de cualquier tipo de guión le resta enteros a las posibilidades interpretativas de estos muchachos. No hay humor negro, ni diálogos para el recuerdo, ni prácticamente explicaciones de ningún tipo. Tras una breve introducción nos vemos arrastrados a una orgía de sangre y violencia desenfrenada.
En el fondo, tiene sus momentos entrañables, aunque sea por lo cutre o por ese intento de llegar a hacer algo serio y no conseguirlo por las propias limitaciones, pero lo cierto es que no se queda precisamente en el recuerdo del espectador. Además, el intento, forzadísimo, de mantener una entrañable historia de amor en medio del torrente ‹zombie› raya el absurdo.
Vamos, que el claro homenaje a Sam Raimi acaba convirtiéndose en agua de borrajas, en un largometraje que más que parecer un remake o un homenaje es como una parodia. La casa de Tennessee, al menos, tenía su punto de originalidad y de misticismo respecto a sus espíritus, pero si debemos creer que una casa en las montañas suecas tiene una trampilla que da a un sótano que da a una caverna donde vive una serie de habitantes del submundo que te convierten en ‹zombie› con mirarlos y no se sabe nada hasta que llega una serie de adolescentes… pues resulta ridículo, que quieren que les diga.
En fin, que para ver esto, mejor vean la película original. O el remake. O cualquier otra cosa. A no ser que les guste el cine gore sin sentido, en cuyo caso pueden disfrutar de las múltiples y violentas opciones que propone Wither. Pero recomiendo que se haga con el sonido apagado.