Un grupo de desconocidos (Charlotte Vega, Marta Nieto, Israel Elejalde, Ramón Barea) se reúne en una mansión de lujo en una localización oculta con intenciones misteriosas. Pronto se desvela una premisa argumental escalofriante: se encuentran en las horas previas a acabar con su vida, tras contratar los servicios de una empresa clandestina que se encarga de guiarles en el proceso. En Edén (Estefanía Cortés, 2022) el paraje en el que sitúa esta casa y los materiales de su construcción de hormigón y cristal, grandes espacios luminosos con inmensos ventanales, una piscina… todo está pensado para generar una contradicción que perturbe al espectador desde el inicio. La frialdad de las estancias se traslada al aspecto formal, con una fotografía que busca composiciones de planos completos y simetrías aprovechando la arquitectura y los muebles, apoyándose en la profundidad de campo. La mirada hacia los personajes es también distante e incluso en los diálogos se utilizan profusamente planos medios, que rebajan la intensidad de unos intercambios por lo general de naturaleza hierática. Los choques entre ellos desvelan escasos elementos de sus personalidades e información de sus pasados, pequeños destellos que sirvan para explicar sus razones para querer morir, independientemente de su edad, posición económica o traumas. Algo que se vuelve en contra del relato a la hora de comprender a sus protagonistas y motivaciones.
Porque este es el principal problema de la película de Estefanía Cortés: su incapacidad para construir personajes creíbles con actitudes y cambios de humor verosímiles, al querer circunscribirse a unas normas de estilo y extrañeza que evocan los recursos narrativos y las señas autorales de cineastas como Yorgos Lanthimos (The Killing of a Sacred Deer, 2017) o Carlos Vermut (Quién te cantará, 2019). Ni siquiera la directora es consistente en su concepción estética. Aunque en muchas ocasiones los diálogos se resuelven con planos sostenidos mostrando la reacción de quien escucha, en instantes concretos, cuando se acaloran algunas discusiones, la maniobra del corte entre plano-contraplano pasa a utilizar planos brevísimos que, al cambiar de interlocutor a velocidad relámpago para capturar aunque sea cómo expresa una palabra, generan la dinámica de un culebrón televisivo de emisión diaria en sobremesa. Esto sumado a la inconsistencia del carácter de algunos personajes como el de Charlotte Vega y su desmedida reacción ante la muerte de una urraca o la helada y susurrante personalidad de la mujer que encarna Marta Nieto pasando a ser hipersexual de un momento a otro —o recitando un fragmento de una ópera— provocan tanto un efecto cómico involuntario como una extraordinaria confusión al intentar desentrañar quienes son estas personas y por qué deberían importarles a los espectadores.
Aunque la idea próxima a la ciencia ficción de este drama psicológico no sea original —por ejemplo, el peculiar cortometraje Judith Hotel (Charlotte Le Bon, 2018) usa ese punto de partida con objetivos más irónicos—, lo mínimo que se le debería pedir es que elabore su propuesta con coherencia y sentido en su ambientación dentro de las mismas normas que establece inicialmente. Uno puede preguntarse cuánto dinero han pagado sus personajes para acceder a esta eutanasia ‹premium› ilegal fuera de los reconocidos supuestos que justifican este tipo de suicidio asistido. Que la muerte nos iguala a todos es más un dicho que un hecho, pero en el caso de la narrativa de este filme no parece querer entrar en diferencias de clase. ¿Son todos ricos? No sabemos en qué sociedad existen estos individuos ni su función en ella. No hay referencias al exterior de la residencia donde se alojan en sus horas finales. Si se trata de un estudio del espíritu humano a través del desarrollo dramático, los giros, las traiciones o las manipulaciones que pueden emerger en un lugar opresivo enfrentándose a la muerte, Edén fracasa estrepitosamente también. ¿Cómo vas a estudiar a las personas sin contexto social, orígenes, educación o clase? Y si sus metas son más simbólicas y esenciales, sobre el comportamiento ante situaciones extremas, la cinta sólo acaba por descubrir unas pretensiones efectistas y enormes ambiciones que nunca llega a cumplir, por mucho que las camufle con una impostada solemnidad y ciertos manierismos visuales.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.