Existen figuras, películas y relatos que, por más que se encuentren bajo el influjo del entusiasmo, del tesón insobornable y de la minuciosidad estilística jamás conseguirán convertirse en iconos, muchas de ellas ni siquiera se evocarán en vagos recuerdos. Este parece ser el emplazamiento que la historia ha decidido reservar para Hugo Haas, hombre orquestra checoslovaco de ascendencia judía —dato desgraciadamente necesario para comprender las tribulaciones que se manifiestan en su cine— que ha visto cómo su legado ha sido arrinconado en el polvoriento desván de la indiferencia.
Lo que me parece más interesante del ejercicio de cine dentro del cine de Haas en su The Other Woman (1954) es su extensión mimética con la realidad del propio cineasta, hasta el punto de que en cada diálogo, en cada personaje (el del productor que además es su suegro no puede ser más obvio como postura reprobatoria al nepotismo de la industria) o en cada crítica hacia el sistema de estudios hollywoodiense parece reverberar su inquina hacia una estructura que le dio la espalda de forma sistemática.
Pongámoslo en contexto: Haas era un reconocido actor cómico en su Checoslovaquia natal, lo que le permitió empezar a dirigir y también producir alguna de sus películas —en un movimiento imitativo de uno de sus héroes fílmicos, Chaplin—. En el seno de su ascenso al estrellato se interpuso el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que le “empujó” a abandonarlo todo (sin matices, pues su carrera se vería resentida también) y a refugiarse en los Estados Unidos (pasando primero por Francia), como muchos de sus compatriotas de los países de la Europa del Este. Su fervor por el mundo del cine, inalterable, hizo que retomara la actuación durante los años 40, pero jamás fue capaz de recuperar el estatus de estrella que le había sido otorgado en su país de origen.
Comprendida su invisibilidad detrás de las cámaras durante la friolera etapa de catorce años, Haas asume que el estrellato no se interpondrá en su camino, por lo que lo más sensato será dirigirse él mismo hacia la celebridad. Con todos los ahorros de su vida funda su propia compañía, la Hugo Haas Productions, y dirige, escribe, produce y actúa por primera vez desde The White Disease (1937), anticipando la que sería una más que interesante andadura en el cine negro —comprendiendo la amorfia y el mestizaje características de esta vertiente genérica del cine— independiente de los años 50.
The Other Woman es uno más de los trabajos honestos, esforzados y a ratos admirables de esta década fecunda de Hugo Haas. Como avanzaba en el preludio de este texto, una de las actividades más satisfactorias de su visionado consiste en detectar, sin demasiado esfuerzo, el rencor acumulado por Haas hacia la industria, hecho que se infiere a través de personajes (el propio Haas interpretando a un director sin apenas dinero que no consigue realizar las películas a su gusto porque el productor las considera excesivamente artísticas) o diálogos (la realidad esquemática del éxito comercial: «Coge un puñado de sexo, mézclalo con un poco de violencia. Añade algunos respiros cómicos. Dale el tempo adecuado. Y un final feliz») que ponen en entredicho la naturaleza mágica y la inventiva de la fábrica de los sueños.
El resultado es un ‹noir› de una negritud abismal, que pretende poner en crisis el modelo de estrellato cinematográfico (habrá quienes vean en la figura del productor a David O. Selznick y a Irene Mayer) y que no dudará en explicitar los tropos inherentes al género, tanto en forma (véase esa clásica pugna entre el realismo y la estilización) como en fondo (como dirían Carceller y Company: a través de la violencia que lo permea todo, siendo esta una de las claves estructurales del género). Para servidor, su elección más cuestionable es la figura de la protagonista, encarnada por Cleo Moore (con la que trabajó hasta en siete ocasiones), la que en su época fuera considerada el intento más sólido de los estudios de crear una nueva Marilyn: sus limitaciones interpretativas, como las que azotan la personalidad del personaje que representa, provocan que el conjunto de The Other Woman palidezca ante otras obras del mismo género y época. Haas lo compensa de alguna manera con un funcional trabajo de puesta en escena y con un buen empleo del recurso metacinematográfico, que le permitirá proyectarse a sí mismo ante la industria hollywoodiense: con la libertad creativa absolutamente coartada.