Los humanos, esa especie que pondría en peligro a cualquiera que se acercase a nuestro planeta, siempre dispuesta a compadecerse ante el intento continuo de auto-extinción.
Para Stephen Karam, el paso del escenario al cine parece natural, pese a lo novedoso. Alguien que ha trabajado todos los aspectos de un texto que él mismo ha escrito, que ha recibido todo tipo de reconocimientos, que ha triunfado en Broadway y que se permite adaptar su obra a la gran pantalla podría tildarse de valiente o de meticuloso. Se entiende que el reto está en convertir algo que funciona sobre un escenario con un decorado que hace convivir a todos los personajes en un mismo espacio —pese a sus diferentes estancias— en una consecución de imágenes trabajadas con calma, con pausas y detalles que en el directo nunca podrían tomar protagonismo.
Es así como nace la The Humans cinematográfica, un drama familiar reconvertido en cuento de terror, donde lo que asusta son esos humanos que allí se encuentran y sus miedos cotidianos, mientras la luz va perdiendo protagonismo. A Karam le surge a cada momento su instinto autodidacta de dramaturgo, pero también aparece una versión renovada que se inspira en lo pequeño y concreto de un ajado apartamento de dos plantas en Chinatown.
A modo de inauguración del espacio, una familia se reúne en la vivienda de la pequeña de la casa y su pareja para celebrar Acción de Gracias. Lo que supuestamente es una tradición familiar que se repite anualmente, toma un cariz vampírico al elegir un nuevo escenario para llevarla a cabo. No es cualquier lugar, es una primera vivienda llena de humedades, sin apenas muebles y con interminables puertas, que parece respirar con vida propia a través de los ruidos propios de un edificio habitado pero desconocido.
Tampoco se podrían tachar de anodinos los visitantes que sí controlamos, pues cada personaje va mostrando sus estertores de personalidad, todas fuertes e imperfectas, en una conversación continua que va cambiando de protagonistas e implicados, también de habitación y de volumen, incluso la casa interviene en ese constante gorgoteo sonoro, para que el silencio no sea ciertamente una posibilidad.
Se escuda en unos buenos actores que dominan la escena continuada y sus propios roles. Nombres potentes que salen de su zona de confort como Amy Schumer, Steven Yeun, Beanie Feldstein o Richard Jenkins, y que muestran la empatía necesaria frente al drama latente y el humor oscurecido. También encuentra apoyo en las primeras impresiones y en la constante evolución de aquello que conocemos de una familia en armonía, refiriéndonos a ella por la franqueza con la que demuestran sus defectos a través de conversaciones ligeramente hirientes, o en los escasos momentos de soledad, ya que el amor es continuo cuando la incomodidad de un evento familiar sobresale.
Las bombillas pierden potencia al ritmo de conversaciones que se van animando entre risas y punzadas, demostrando la confiada comodidad para el reproche en familia y la extraña barrera que impide compartir ciertas intimidades con esas mismas personas, algo que aquí se muestra en un círculo reducido, pero que se podría extrapolar como un estigma global en nuestra forma de comunicarnos y de socializar. The Humans sabe asumir algo pequeño y personal para tiznarlo de cierta oscuridad y melancolía reflejada en un tema universal como es la familia.
Es Acción de Gracias, es un evento repetitivo, casi obligatorio pero con ese simbolismo de agradecer y colaborar. También es un lugar nuevo para todos ellos, pero decadente y a la vez poco confortable. Un hogar por quien comparte el espacio, además de un espacio que encuentra el modo de volverse protagonista. Por tanto, nos encontramos en una película que se alimenta de sus alegorías, que consume a sus personajes y que se cimenta en cada palabra, divertida, evocadora y magnética.