No se puede negar que Hatching plantea cuestiones interesantes. La idea del ‹doppelgänger›, el ‹coming of age› y también una mirada hacia las imágenes que proyectamos, en este caso bajo la crítica hacia el mundo ‹influencer›, y cómo esa proyección que creemos (y queremos) que sea perfecta nos retorna en forma de un reflejo que muestra una verdad que puede ser realmente incómoda. Una especie de crónica de la perfección importada que, naturalmente, acabará por acarrear terribles consecuencias.
Todo un despliegue de ideas que tienen su correspondencia en una puesta en escena perfectamente coherente con lo contado. La luminosidad de la imagen proyectada se mezcla constantemente con la oscuridad que se va cerniendo paulatinamente. De hecho, y quizás más interesante que esta ejecución correcta, aunque obvia de lo cromático, es cómo las barreras se van difuminando hasta una escala de grises, más realistas si cabe cuando, paradójicamente, más irreal se vuelve todo, por así decirlo.
Sin embargo, más allá de estas consideraciones, Hatching presenta dos problemas importantes. Por un lado, que no desarrolla ningún tema verdaderamente original, ni el fondo ni en la forma. Por otro, se siente la necesidad imperiosa de su directora, Hanna Bergholm, de disparar múltiples discursos e insertarlos de forma trans-genérica. Así, nos encontramos con la idea del monstruo como intruso y metáfora del otro yo, ciertos componentes de ‹body horror›, un tono que se mueve entre el gore y lo puramente atmosférico y mucho subtexto de carácter social, usando lo concreto para definir un modelo socialmente habitual.
¿El resultado de todo ello? Que acabamos asistiendo a un producto fácilmente legible en el sentido de que vemos a donde va y sus motivos (incluso quizás demasiado claramente en su previsibilidad) pero que no por ello resulta satisfactorio, más bien lo contario. Y ya no es tanto por su camino claramente trazado, sino más bien por la dispersión de la que hace gala. El foco nunca está suficientemente centrado en un idea, dejando que las subtramas complementen, sino que al situarse todo en un mismo plano nada acaba por ser lo suficientemente relevante para captar la atención.
Con ello, estamos ante una película que no consigue nunca levantar del todo el vuelo. Un producto que se desempeña más a nivel de expectativa que de realidad pero que, teniendo un potencial más que prometedor, acaba funcionando a ráfagas, más pendiente de sus momentos impactantes que de tejer un desarrollo fluido que permita hilar un discurso solido en lugar de una suerte de “disparar al bulto” temático.
Así pues estamos ante lo que podría denominarse una oportunidad perdida. Una película que se visiona con cierta expectativa pero que decae irremediablemente a medida que avanza su metraje. Cierto es que, efectivamente, acaba por arrojar algunas imágenes que se quedan en la retina, en especial el diseño de su monstruo, pero más allá de ello su impacto emocional y discursivo queda prácticamente reducido a la nada. Esto es quizás lo peor que se puede decir de ella, que en su intento de generar controversia o debate (o como mínimo un asentimiento al respecto de su discurso) no consigue dejar huella alguna.