En la nueva película dirigida por Santiago Mitre, Julio César Strassera, el real y mítico fiscal encarnado por Ricardo Darín, escribe una requisitoria que va leyendo a colaboradores y familiares con el fin de lograr un eficaz alegato que sirva para condenar a los mandos militares enjuiciados por sus crímenes, un genocidio ejecutado durante la dictadura de Jorge Rafael Videla, también el principal acusado en el mismo juicio. En una de las lecturas, el hijo de Strassera le pregunta sobre una frase que alude al gesto del emperador Nerón. Y el padre responde que tal gesto era señalar con el pulgar hacia abajo en la Roma imperial. Entonces el niño le sugiere que lo aclare de otro modo, comentando que es el gesto neroniano del pulgar hacia abajo. Quizás este diálogo ejemplifica lo bueno, porque une con naturalidad una escena de familia con lo universal, sin olvidar que se trata de un proceso judicial que forma parte de la Historia. Una sucesión de contrastes que prima la intimidad, el desarrollo de los acontecimientos y los efectos que tiene sobre la familia Strassera. Y en parte, también a la del adjunto del fiscal, el abogado treintañero Luis Moreno Ocampo, familiar de militares pero implicado por completo en la consecución de un juicio lo más justo posible. La fuerza de Argentina, 1985 es que avanza constantemente sin retroceder a tentaciones de ‹flashbacks›, manteniendo el equilibrio entre un costumbrismo que refleja con la ambientación, vestuario e incluso el formato de pantalla en 35 milímetros que aporta una textura sin épica pero con veracidad. La gama cromática y lumínica recurre a tonos cálidos en los despachos, hogares y juzgados. De igual forma en los numerosos exteriores nocturnos. Una sensación de familiaridad que reproduce la época pasada hace más de tres décadas con cariño pero sin nostalgia. Escenas como la que sirve para la toma de conciencia del protagonista, cuando se asoma a la terraza y observa desde ahí que en la mayoría de los apartamentos de su calle tienen los televisores encendidos y están viendo el informativo en el que anuncian los crímenes impunes. Es una escena que remite a esa esperanza colectiva, lejos de la individualidad contemporánea. Una sociabilidad tan simple como la de estar conectados casi todos en la misma visión, en el momento exacto y compartido.
La veracidad aludida coincide con el heroísmo que representa el equipo de la acusación, además de los testigos y víctimas implicados en el juicio. Si no fuera suficiente conseguir a Ricardo Darín junto a Peter Lanzani y Alejandra Flechner —Silvia, la mujer de Strassera— como cabezas de cartel, el reparto está compuesto por actrices y actores que convencen con sus diálogos, gestos y miradas de la manera más perfecta para cada secuencia. Todos los departamentos como los de dirección artística o fotografía e iluminación, ya sugeridos antes, junto al montador Andrés P. Estrada o el compositor musical Pedro Osuna con una banda sonora que acompaña y magnifica la imagen.
Por supuesto destaca Mariano Llinás, guionista junto a Mitre, al igual que en varios largometrajes anteriores del director. La capacidad de síntesis, búsqueda de soluciones para llegar a la Historia con mayúscula desde un costumbrismo pretérito que nos sitúa en otra época y modos. Esa forma de dar la importancia justa a cada personaje en sus apariciones sin que resulte superfluo ni redundante. También buscando una riqueza cotidiana en las expresiones con el arrojo del elenco al decir sus diálogos. Música para los oídos, danza para la mirada. Una labor de escritura documentada, medida y sintetizada en dos horas y veinte minutos dinámicos, sostenidos sin ganas de aburrir ni bajar el ritmo a través de un guión que demuestra la riqueza de la escritura de Llinás. Comparándolo con otro guion suyo, el de Azor, una producción argentina reciente que sucedía también en la época previa a la de Argentina, 1985. Mientras que en la presente la claridad y empatía presiden el conjunto, en Azor prima el terror a través de un viaje, por momentos abstracto, a las tinieblas. Dos visiones de la misma barbarie y consecuencias.
De todas formas la perfección es difícil y el film de Santiago Mitre acusa los elementos más débiles en la profusión de carteles sobreimpresionados al empezar la película, explicaciones que sobran directamente, ya que con la narración audiovisual casi no haría falta indicar los tres años en los que se desarrollan todas las acciones, entre 1983 y 1985. Fechas que sí aparecen en calendarios, los coches, atrezzo y detalles de la época. Quizás sea el vértigo a una falta de conocimiento de la historia reciente por parte de los espectadores. O el público global que pueda ver la película cuando sea estrenada en una de las plataformas que mandan en la producción audiovisual contemporánea. Resulta curioso que frente a un cine para estrenar en salas de cine, comandado por Disney, Warner, franquicias y algoritmos seguros, se cuele una película de tamaño medio pero resultados impecables como Argentina, 1985, en la que se eliminan a los malvados de la ecuación, porque otro defecto del film es el de darle poco espacio a Videla y los otros mandos del ejército, esbozados con escasos diálogos. Tan pocos que parecen ser actores de figuración a los que apenas se paga una frase.
Lo que resulta más esperanzador del estreno es que pudiera regresar un cine de producción solvente pero no espectacular como el de las multinacionales del entretenimiento citadas. Con claridad narrativa para no ahuyentar a un público más masivo que ojalá eche de menos películas como esta. Sin un repertorio de canciones de escaparate para reflejar los ochenta. Otro hecho que se agradece porque apenas se oye uno o dos temas de música popular para los argentinos. Sin derechos astronómicos que pagar, ya que la única estrofa importante que se necesita para reflejar el ajusticiamiento por los crímenes sea ese nunca más que corona la requisitoria.
Muy buena la propuesta. Esclarecedor el mensaje. Da gusto contar con peliculas tan conmovedoras en el cine argentino
Sí. Es una buena película.