Kathleen es una estudiante de filosofía que prepara su tesis doctoral. Su vida transcurre entre acudir a clase, estudiar y conversar con su mejor amiga sobre política, sobre la culpa y sobre la naturaleza del ser humano. Una noche, su vida da un gran vuelco cuando es atacada por una vampiresa. A partir de entonces, sufre una transformación gradual e inexorable, un descenso a través de la misantropía y el nihilismo hacia el infierno personal del vampirismo.
Todo cambia en la vida de Kathleen, y al mismo tiempo no cambia nada. «Los humanos no son pecadores porque pecan, pecan porque son pecadores» y demás reflexiones autoindulgentes disfrazadas de alegato radical frente a la naturaleza humana complementan esta fábula del vampirismo no como la reivindicación contestataria que pretende ser, sino como exacerbación de la debilidad y la complicidad con la crueldad que hay en el mundo. Una vía de escape que no elimina la culpa, sólo la esconde tras capas y capas de cinismo y de maldad y que la película ejemplifica a la perfección con la inserción de las imágenes del Holocausto y la compleja relación que la protagonista adquiere con ellas.
The Addiction se llama esta película de Abel Ferrara, y es toda una declaración de intenciones. La transformación vampírica tiene ciertamente paralelismos con la drogadicción; la protagonista llega a inyectarse sangre como si fuera heroína y sufre síndrome de abstinencia en un punto. Pero sobre todo es una oda al autoengaño, a la creencia de que dejarse llevar por el impulso destructivo es un acto de rebeldía, cuando solamente está siendo indulgente consigo misma. Diserta, como disertaba antes de convertirse, sobre la humanidad y su hipocresía, pero lo que antes era una atalaya moral ahora es un refugio intelectual complaciente.
«¡Ordéname que desaparezca!» le dice la vampiresa a Kathleen antes de clavar los dientes en su cuello y alimentarse de su sangre. Cuando Kathleen ataca a sus víctimas, les ofrece la misma oportunidad. Quiere que sus víctimas se nieguen, que sean fuertes, que se planten frente a ella. Quiere que sean todo lo que ella no pudo ser y lo que no puede ser ahora. Que alcen la voz frente a la injusticia en vez de someterse a su destino. O eso es lo que probablemente resuena en su mente, pero la realidad es otra: cuando finalmente encuentra a alguien que le ordena que se marche, ella clava sus dientes igualmente. Porque al fin y al cabo, y todo confluye en lo mismo en esta película, esto era un intento de negar o disipar la responsabilidad propia.
El vampirismo no es sino un instrumento para Ferrara con el que representar la podredumbre moral de la humanidad, su pasividad, falso compromiso y en último término incluso participación, ni que sea indirecta, en las injusticias que suceden en el mundo. Es una exploración de cómo afrontamos las contradicciones éticas de participar en estructuras corruptas y en la misma violencia que condenamos. Y donde otro autor hubiese adoptado una postura cómoda, refugiándose en una misantropía similar a aquella de la que hace gala la protagonista, Ferrara elige el camino del intimismo y la identificación emocional para dar rienda suelta a estas visiones atormentadas. Incluso, cuando finalmente propone el refugio en la espiritualidad y la fe, la catarsis se siente frágil y permanentemente incompleta. El sufrimiento existencial es ineludible.
Hay mucho más que desentrañar en The Addiction. Una riqueza temática fascinante y densa, llena de dilemas y emociones contrapuestas propias de un autor que se lanza a hacer preguntas sabiendo que no conoce las respuestas. Y aún si dejamos de lado esta vertiente esencial, sigue siendo una película poderosísima, de una estética agresiva, cruda y al mismo tiempo elegante. Su fotografía en blanco y negro es particularmente arrebatadora, en especial cuando la sangre de las víctimas brota y su opacidad contrasta con los tonos pálidos e iluminados de la piel, generando imágenes tan poéticas como viscerales y perturbadoras.
Lili Taylor como Kathleen está apoteósica, en una interpretación en la que lo da todo y refleja como nadie el inmenso catálogo de dudas, contradicciones y espasmos de violencia que conforman el viaje introspectivo de su personaje. Pero en una cinta como esta cada personaje y cada entorno están dotados de una elocuencia excepcional. Ferrara se introduce en la ficción teórica autoindulgente de los ambientes universitarios y en la decadencia cotidiana de los suburbios y las calles de Nueva York con idéntica naturalidad, sacando imágenes memorables y un retrato fiel de sus habitantes y sus inquietudes.
Todo lo mencionado convierte a The Addiction en una experiencia maravillosa en todos los sentidos, una obra de culto instantáneo que revisa y transforma el mito vampírico hasta convertirse en una rareza dentro de su propio género. Aquí no veremos a estos monstruos como seres infernales, seductores, a los que los seres humanos deben combatir. No es una cinta de terror, pero el miedo está presente en ella y no se debe a la naturaleza demoníaca de estos seres, sino, si acaso, a aquello que permite su existencia en primer lugar. Es una obra personal, angustiada por la culpa y la incapacidad de encontrar una salida. Y el vampirismo no es la antítesis ni el enemigo de la humanidad. Es humanidad.