Tras su paso por la Sección Zinemira del Festival de San Sebastián y su estreno internacional en el Tallinn Black Nights Film Festival (PÖFF en estonio), llega a los cines españoles El radioaficionado, el primer largometraje del guionista y director Iker Elorrieta. En él, nos cuenta la historia de un viaje no-viaje de tres días realizado por Niko, un joven treintañero con autismo cuyo mundo interior está lleno de bondad y vulnerabilidad, que quiere llevarse las cenizas de su madre a la ciudad portuaria donde nació (alejada del Madrid en el que hasta entonces vivía). En el camino, se reencontrará con una vieja compañera estudiantil llamada Ane y trabajará junto a personas de todo calado emocional y empático, donde destaca Lupo, y de cuya aceptación o rechazo dependerá a menudo su propia actitud y estado de ánimo.
El radioaficionado es una huida hacia adelante en toda regla, pero buscando respuestas en lo que quedó atrás, su pasado. Una búsqueda del sentido de pertenencia del protagonista y el resto de los personajes, aunque también de los servicios sociales que intentarán dar con Niko. En este periplo, se hacen patentes tanto las barreras de Niko a la hora de comunicarse, como la necesidad de aprecio, comprensión y amabilidad. Por eso, cuando las relaciones con su antigua compañera y el resto de los trabajadores se hacen más cercanas, también se complican. Es en ese momento cuando queda todavía más claro que no todo el mundo está en la misma onda que el principal radioaficionado.
En palabras del propio director, la radio VHF utilizada en el puerto y su diversidad de frecuencias se utilizan como metáfora del autismo y como punto de partida de la película. Un lenguaje claro y específico que ha mantenido a Niko en contacto con un mundo que no lo acepta y lo expulsa cruelmente durante su recorrido. Es decir, una película bastante dura y sobre todo áspera, que juega mucho con el sonido que rodea a su protagonista, que en algunos momentos nos recuerda al hermano de Cameron Diaz en Algo pasa con Mary, salvando las distancias que suponen todo el drama y la seriedad que hay durante todo el recorrido de El radioaficionado (excepto cuando llama gilipollas al personaje de Lupo).
Está claro que no es una película fácil. No basta con verla; es necesario comprenderla. Por eso, es también necesario acudir al cine con cierta predisposición para aceptar una realidad incuestionable, dentro de un desarrollo un poco más cuestionable. En mi caso, como no tenía ni idea de lo que iba a ver, me pilló un poco con la guardia baja, pero también a contrapié. Por una parte, agradecí la concisión en el relato. Directo al grano, desapacible y sin demasiada necesidad de florituras o artificios, tratando la cuestión del autismo, las relaciones personales y la soledad que les afecta a todos, pero a unos más que otros. Por otra parte, eché en falta un poco más de contexto y desarrollo de los personajes secundarios para comprender por qué algunos de ellos se relacionan de esa forma con el resto de los personajes, y sobre todo con Niko.
Sabemos que existe un pasado oculto junto a lo visible, ambos momentos igualmente importantes, sin los cuales la soledad y el silencio de Niko y Ane no tendrían sentido, pero la evolución de su relación resulta confusa en algunos momentos, siendo en realidad esta relación y su evolución el argumento principal de El radioaficionado. Si esta confusión está buscada como parte de la condición de Niko, es todo un acierto, a pesar de cómo pueda afectar al resultado. Al final, llega un momento en que el autismo y la vida en el puerto de los marineros parecen estar conectados entre sí, mostrando la incapacidad de todos ellos para sentirse parte de la sociedad.