La veterana cineasta Florence Miailhe debuta en el largometraje con La traversée, recorrido engañosamente fabulado a través de la historia de los pogromos —en su vertiente universal, sin anclarse ni temporal ni geográficamente a ningún suceso determinado— y de los seísmos migratorios que estas devastaciones provocaron en las minorías étnicas perseguidas. Miailhe, aunque estrenándose en el formato largo, viene consolidando sus estilemas (al mismo tiempo que cosecha premios y alabanzas) en el mundo de la animación desde hace más de treinta años, caracterizándose por un estilo heterodoxo que consiste en la pintura a mano fotograma a fotograma, haciendo que el fotograma posterior “devore” el precedente y creando, literalmente, una obra viva y en movimiento.
Esta capacidad orgánica de la imagen la lleva trabajando Miailhe desde su primer cortometraje, Hammam (1991), pudiéndose detectar desde ahí a través de toda su filmografía una creciente estilización y pulcritud en los trazos, en la forma de abordar el diseño y movimiento de personajes, así como en las impecables transiciones que habitan en el metraje final de La traversée. Recogiendo el testigo pictoricista y, porqué no, a veces altilocuente, de leyendas de la animación como Aleksandr Petrov, Miailhe y su equipo de animadoras se atreven a narrar desde lo particular los horrores de los éxodos migratorios, de la pérdida de identidad de los individuos que conforman esas masas (¡qué atroz vocablo!) y del alarmante déficit de humanismo de un mundo que sigue repitiendo errores con inusitada firmeza cíclica.
La traversée, desde su aproximación íntima y personal a la tragedia de dos hermanos que transitan el destierro en soledad (habiendo sido separados de sus padres en la frontera), es un cuento ecuménico, en ocasiones abatido, en otras luminoso, en favor de los derechos humanos. Porque Kyona y Adriel son solo dos de los millones de personas que se han visto arrastradas y aspiradas por la vorágine de las guerras y la trata de personas. Y, como bien indica esa “travesía” de su título, existe la referencia a un itinerario, al camino físico y geográfico que recorren ambos hermanos (a ratos conjuntamente, a ratos separados) en busca de una vida mejor. Pero infiere también un recorrido mental, expresado explícitamente en el film: el de las personas que son separadas de sus seres queridos y recorren los laberintos de la memoria en la búsqueda de un gesto, una voz o una mirada que dignifiquen a todos aquellos que, forzadamente, han tenido que dejar atrás.
La gran conquista de Miailhe habita en el logrado equilibrio entre forma y fondo, entre una imagen viva, que se recompone perpetuamente y que ejerce prácticamente como un personaje más de la película y una historia, la de millones de personas que no cesa de repetirse y que constituye un documento implacable y de penosa actualidad. Ello lo consigue, en buena medida, gracias a una apuesta formal insólita, siendo La traversée considerado el primer largometraje de animación trabajado enteramente con pintura al óleo sobre vidrio. Su técnica consiste en pintar imágenes directamente frente a una cámara mientras esta se encarga de capturar cada óleo terminado; una vez capturado el óleo se modifica la imagen siguiente encima de este primero para ir simulando el movimiento (tengamos en cuenta a este respecto que por cada segundo de película pueden trabajarse entre unos ocho y doce óleos). La obra, pues, es fruto de un titánico y meticuloso trabajo pictórico que se extendió durante casi dos años, pero ya os avanzamos que las cualidades artísticas del largometraje bien han valido esa dedicación.
Así pues, La traversée se erige como una obra que acierta en prácticamente todas sus decisiones: desde las estéticas —donde sobresale vivaz con una armoniosa paleta de colores— hasta las conceptuales (sus trasvases oscilando entre la imagen figurativa y la abstracta como proyecciones del desasosiego) pasando por las narrativas, dónde la idea de bosquejar la historia bajo los enfoques de la cuentística, si bien parece simplificar los eventos, ayuda a problematizar los puntos de vista del relato de vencedores y vencidos, así como del tratamiento de los episodios bélicos (y sus consecuentes éxodos) por parte de los medios de comunicación.