Francesco Montagner quiere seguir esa máxima documental de no interferir, mostrar el mundo tal y como se presenta, como si la cámara fuese un elemento accesorio en la vida de aquellos que se encuentran frente a ella. En cambio, su modo de montar esas escenas intermitentes sí exponen una narración concreta, no necesariamente la que el director quiere contarnos, pero sí la que él ha decidido interpretar en base a las costumbres de esos otros.
Ellos son tres hermanos bosnios, pertenecientes a la comunidad musulmana de pastores, dentro de una estricta familia monoparental que se diluye pronto cuando el padre, acusado de afiliación terrorista, ingresa en la cárcel durante dos años. Este punto de partida nos impone un comprometido presente y un planificado futuro donde sembrar esa fraternidad a la que hace alusión el título del documental.
Jabir, Usama y Useir son hijos de un predicador radicalizado en cuanto a su interpretación del Corán, un veterano de la guerra Bosnia que concibe la necesidad de apoyar a sus “hermanos” en otros conflictos activos. Algo que se subraya para dejar caer la importancia de un pueblo generalizado pero no de la familia pormenorizada, que se queda huérfana de sus enseñanzas por un tiempo. Pese a lo candoroso del personaje, queda como un apunte accesorio en la vida de esos futuros hombres, cuando descubrimos que el verdadero interés de Montagner se sostiene en la soledad de los hermanos, en el enfrentamiento de la cruda realidad de tres muchachos que deben avanzar a la edad adulta por sus propios medios.
Para ello se aprovecha de un lenguaje básico: hombres siendo hombres. En un entorno donde el tiempo parece haberse detenido, donde el empleo de las manos es el medio de vida de los tres, la actualidad salpica escenas donde descubrimos a los chicos haciéndose ‹selfies›, jugando a videojuegos violentos en el móvil o visitando discotecas. Pequeños placeres que irrumpen para demostrar la inquietud y la falta de supervisión. Los roles se van intercambiando, en distintos puntos se habla de anhelos de una vida distinta, al mismo tiempo que se resaltan las responsabilidades ordenadas por el padre antes de salir a su nuevo destino. Ocasionalmente también se le da la palabra a personas ajenas a la familia, que vierten opiniones pero no enturbian esa pureza que se empeña en mostrar en pantalla el director.
La pureza no es más que la fidelidad a las hormonas. Cada uno de los personajes tiene un papel asociado a su edad, el mayor observa el futuro lejos de las enseñanzas adquiridas; el mediano intenta mantener ese modo de vida disociado de su padre, donde la tierra y la religión fundamentan su crecimiento, aunque no sea infalible en sus métodos; el pequeño se encuentra en ese momento en que la libertad le permite ser un niño y a la vez fanfarronear como adulto, sin un interés concreto, solo viendo pasar el tiempo. El fracaso es una posibilidad y el cuerpo a cuerpo es el cariño demostrado de forma bruta y obsoleta. Son constantes las imitaciones de guerra, las peleas físicas, la rabia justificada contra la naturaleza: un legado conocido y un modo de soltar adrenalina que matiza esa ausencia de mujeres en la formulación de sus vidas.
Mucho silencio, alguna forzada conversación de gran calado sobre el porqué de las cosas y, de paso, mucho tedio al no afianzar un significado en Brotherhood más allá de la testosterona, el peso del pasado y el futuro incierto. Eso es lo que encontramos en un documental que sabe de empatía pero no revoluciona lo que realmente hierve en la sangre de estos jóvenes, cuyo salto a la edad adulta parece mucho más fortalecedor y dominante de lo que se muestra en una sociedad austera y dañada que se abre camino monte arriba, con los corderos, o ciudad adentro, con los lobos.
Visualizar una realidad que irremediablemente queda sesgada por la imprenta del director puede ser fascinante o dubitativa, Brotherhood tiene muy claras sus intenciones pero no termina de conectar con lo que quiere narrar, siendo tan encasillado su relato como los mandatos de un padre ausente que ha decidido los pasos de sus hijos mucho antes de que sean capaces de darlos. La intimidad sobresale en el relato, pero no se siente al otro lado de la pantalla, dando forma a una mirada austera y sin un concreto interés por el cumplimiento (o no) de esos ambiciosos destinos. Otro paso al mundo de los adultos, cuyo tono neutro favorece pero no termina por despertar esa cercanía que pretende abanderar.