Juventudes perdidas
En el primer verso de Teenage Kicks, la famosa canción de The Undertones, Feargal Sharkey canta «Are teenage dreams so hard to beat?», una cuestión a partir de la cual parece que Vincent Maël Cardona ha intentado erigir el discurso de su primer largometraje, Magnetic Beats. Presentado recientemente en el Atlàntida Film Fest, el filme se sitúa en los años 80 y aborda la historia de un joven francés que dirige, junto a su hermano mayor, una radio clandestina en un pequeño pueblo de Francia. Philippe (Thimotée Robart) tiene un innegable talento como DJ y amplios conocimientos musicales, cualidades que le permitirían abandonar la aburrida vida de campo; no obstante, su relación amorosa con Marianne (Marie Colomb), la novia de su hermano, y la adicción a las drogas que este sufre, lo mantienen atado a un pueblo donde los jóvenes solo son como fantasmas dominados por la desesperanza y abocados a un destino fatal.
La película de Cardona no deja de ser un engañoso ‹coming of age› sustentado sobre una trama de “chico conoce chica” que nunca genera interés porque, al igual que las imágenes que la acompañan, su construcción argumental es tan pobre como poco original. Estas carencias intentan camuflarse a través de una exquisita selección musical integrada por grupos como los ya citados The Undertones, además de The Stooges, Joy Division o Gang of Four, entre otros. Por ello, es todavía más frustrante que la presencia de grandes temas musicales no rellene el vacío emocional que deja formalmente Magnetic Beats. Son solo momentos determinados, como la secuencia en la que Philippe realiza una especie de experimento radiofónico para confesar su amor por Marianne, donde música e imagen establecen una analogía que sí logra capturar algo de esa magia adolescente impalpable. Son secuencias impregnadas de un misticismo que no termina de perpetrarse en su totalidad, pero sí percibimos, por ejemplo, en un clímax final en el que un grito de Philippe se difunde a través de planos compuestos por espacios vacíos. La idea de una juventud perdida, escurrida entre noches de borrachera y condensada en un simple casete, resuena entonces como los sueños a los que se referían The Undertones.
Sin embargo, la voluntad inquieta y experimental de Philippe prácticamente nunca se prolonga a la propuesta formal de Cardona. Conversaciones insulsas, incluso cuando aparentemente debería haber algo de tensión entre los personajes que las mantienen —los conflictos familiares son, en este sentido, un fracaso—, son seguidas por secuencias de un tono impostado que denotan una pretenciosidad absurda e innecesaria para la temática que afronta la película. Al final, todo queda reducido a imágenes aspiracionales, pegotes escoltados por canciones de rock, sin duda, excelentes, pero con una presencia arbitraria y superflua.
De esta manera, solamente queda aferrarnos al intento, en escenas determinadas, de articular en imágenes un acercamiento espiritual hacia el vínculo entre música y juventud. No obstante, en Magnetic Beats este punto de vista nunca se completa, siendo, en su conjunto, una película convencionalmente tediosa.