Una crisis de pareja unida a la existente crisis social y política que vive Francia en los últimos tiempos —representada por las reivindicaciones del movimiento de los chalecos amarillos— configuran la base argumental del largometraje La fracture (Chaterine Corsini, 2021). Raf (Valeria Bruni Tedeschi) y Julie (Marina Foïs) mantienen una relación larga, a pesar del choque de sus diferentes personalidades, pero se encuentran en un momento difícil en el que parece se van a separar. Raf se lesiona el codo en una caída, mientras persigue a su amada para enmendar su mal comportamiento, y acaba en las urgencias de un hospital público. A la vez, las protestas organizadas en los Campos Elíseos se vuelven extremadamente violentas por las cargas policiales contra los civiles, que se manifiestan exigiendo que se les escuche y se haga lo posible por solucionar sus problemas. En el hospital coinciden con el camionero Yann (Pio Marmaï), que ha sido herido por los antidisturbios. Aquí es donde la acción de la película transcurre, en un microuniverso que plantea la vinculación de la división interna de la sociedad con el distanciamiento de los gobernantes respecto a sus ciudadanos y las barreras que construimos en las relaciones personales por la incapacidad de escuchar al otro y la falta de empatía.
La excesiva interpretación de la siempre brillante Bruni Tedeschi juega un papel fundamental para mantener un equilibrio imposible en el tono del filme, que bascula entre el drama y la comedia tratando temas complejos y serios desde una óptica que los lleva al radicalismo del absurdo que los sustenta como crítica implícita. Corsini utiliza cámaras versátiles como las pequeñas Alexa Mini con una fotografía a cargo de Jeanne Lapoirie, que construye imágenes que transmiten urgencia y realismo a partir del uso de la cámara en mano, el cambio constante del ángulo de las tomas y una iluminación que huye de la convencional representación blanca y aséptica de un hospital. Las localizaciones de rodaje —que tiene lugar principalmente en la sala de urgencias del hospital Lariboisière— tienen multitud de sombras y de cambios de iluminación. Los personajes se mueven en ocasiones perdidos por sus laberínticos pasillos y estancias idénticas. Unas estancias donde falta personal y la precariedad y carencia de recursos de los empleados sanitarios forma parte de la rutina, pero que expone con mayor crudeza la tragedia sucedida en las calles, que obliga a cerrar las puertas del edificio. Temas que estaban muy presentes en Hippocrate (Thomas Lilti, 2014), pero aquí funcionan como representación de la decadencia y descomposición de la socialdemocracia por las políticas neoliberales que han asolado también Europa en los últimos años.
En medio de todo esto los espectadores asistimos al choque de los pacientes con los sanitarios, a la frustrante imposibilidad de responder a lo que se espera de ellos aunque quieran. Por otro lado al conflicto entre los chalecos amarillos y esas autoidentificadas clases medias que no protestan ni tampoco les apoyan por falta de compromiso y solidaridad fuera de sus trincheras ideológicas. En ese contexto, Raf y Yann encuentran puntos en común —cuando dejan de chillarse el uno al otro y empiezan a escucharse—, a entender que comparten la misma percepción de desmoronamiento de sus vidas y estatus del que nadie se responsabiliza. En el exterior, los antidisturbios rodean las instalaciones. En el interior, se les pide a los trabajadores que lleven un registro de todos los manifestantes a los que se les atienda. La represión policial y política aumenta así los niveles de tensión insoportables. Corsini crea una tensa panorámica de la sociedad francesa sin discursos apriorísticos, centrando su mirada en los elementos más aparentemente insignificantes de la fotografía de nuestro tiempo para entender lo global.
Porque desde lo individual se erige también lo colectivo y La fracture reivindica la capacidad de organización del pueblo a través de las soluciones que encuentran dentro de ese hospital a las situaciones que deben resolver. El contraste también es obvio entre el amor de la pareja que lleva el hilo conductor de la película y Yann, que no cuenta con ningún apoyo. Para la directora el enemigo se encuentra claramente identificado —aunque sea intangible— en un sistema que nos lleva a la alienación, que se basa en la explotación forzosa de los trabajadores y que nos lleva a poner en riesgo nuestra salud y hasta la vida con la única promesa (vacía) de la supervivencia.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.