Milagro es la tercera película de su realizador, el rumano Bogdan George Apetri. Y es lo suficientemente extraña y poderosa como para empujarnos a descubrir lo que ha podido ofrecer éste en sus dos títulos previos. Con elementos de intriga policial y un fondo dramático en el que habitan preocupaciones de gran calado humano, social y religioso, la cinta se ciñe estéticamente a cierto cine europeo marcado por el realismo en formas y diálogos, un cine en el que abundan las tomas largas y de seguimiento, con una ausencia de música que repercute en una experiencia árida y tensa, donde las revelaciones del argumento se administran con cuentagotas y el impacto de lo que se nos cuenta recae en buena medida en el buen hacer de su reparto, especialmente el de la joven actriz Iona Bugarin, que interpreta a una novicia que sale clandestinamente del convento en el que vive para acudir a una cita en el hospital, y cuyo rostro, límpido y bello, sabe reflejar la confusa mezcla de emociones por las que atraviesa su personaje a lo largo de la película (tristeza, turbación, alegría, miedo, serenidad).
En torno a este personaje capital en la trama, y sobre cuyas circunstancias no conviene revelar demasiado, Apetri invita a reflexionar sobre el carácter de la sociedad rumana y sobre esas viejas dicotomías que, aparentemente, siguen dividiéndolos, es decir, el contraste o choque entre pasado y presente, entre las viejas creencias (la fe y el peso de la religión) y el empuje de la razón y la ciencia. También sobre la hipocresía con la que determinadas personas se siguen moviendo en su día a día. En la película, hay personajes que callan lo que sienten, al igual que hay lobos disfrazados con piel de cordero. La pureza (en su sentido más profundo) parece reservarse para el personaje de la joven protagonista, cuya figura su director casi acaba convirtiendo en faro redentor presto a salvar de la oscuridad a aquellos cegados por la ira y el instinto de venganza. Es aquí donde entra en escena el polémico y ambiguo desenlace, abierto a las interpretaciones que cada espectador quiera encontrar.
Antes de volver a él, resaltemos el buen pulso narrativo de su director, que con ritmo constante y sin estridencias nos va introduciendo en el misterio de la protagonista, para zarandearnos sin misericordia en dos escenas de violencia que marcan el devenir de la película y reflejan su altura como realizador: en la primera, que cierra la primera parte del film, la cámara registra la acción de soslayo, apenas dejando entrever nada, mientras realiza un barrido en panorámica por el paisaje sin que los golpes y los gritos de angustia de la víctima dejen de escucharse de fondo, por lo que la crudeza del episodio llega igualmente intacta al espectador; la segunda, situada en pleno desenlace, surge sorpresiva después de un elaborado plano secuencia que culmina con una visión difusa en las aguas del río.
Es aquí donde Apetri introduce el elemento disruptivo que cortocircuita el sentido de la realidad del relato y obliga al espectador a replantearse todo lo que acaba de suceder, así como la naturaleza alegórica de lo que se le está contando. Y aunque el resultado pueda ser frustrante para quien espere certezas en vez de dudas, hay que reconocer la habilidad de su director para no dejar indiferente a nadie, así como para sobreponerse a ciertas fallas en la lógica (¿no se hacen pruebas de ADN en Rumanía?) en favor de un relato que se desarrolla siempre absorbente y firme a ojos del respetable, y en el que el milagro del título acaba revelándose, con elocuencia y belleza, en esa lágrima que cae, suave y furtiva, de un cuerpo y un rostro martirizados.
¿Pero por qué la lágrima?
Y antes ¿el espacio−tiempo se desdobla?
Entiendo que la lágrima es una forma de resaltar la «santidad» del personaje de la chica (en el encuentro en el hospital entre la pareja ella tiene la serenidad propia de las almas puras, pese al tormento vivido). El milagro sería la segunda oportunidad que se le brinda al protagonista, después de su arrebato vengativo, y la artífice la joven (por eso antes vislumbra en el agua su silueta), que ofrenda su vida en el proceso como si fuera una mártir dispuesta a lavar los pecados de los demás. A ver, todo esto es sólo mi interpretación personal, la verdad es que el final es ambiguo y confuso y habrá quien lo entienda de otra manera, tendríamos que preguntar al director para saber de verdad lo que pretendía contar xD
Así también la he entendido yo, que la acabo de ver, Nacho. Sigue manteniéndose la ambigüedad, pero creo que en cualquier caso sirve para resaltar la importancia de la interpretación y la implicación subjetiva, en el cine y en la vida.
¿Por qué el beso del detective y la novicia?… no hay indicios de que se conocieran con anterioridad a la violación.
Hasta donde yo recuerdo (la vi hace más de un año), la película sugiere que ambos mantenían una relación sentimental que la novicia había ocultado a sus compañeras del convento, de hecho el detective sería el padre del hijo que ella está esperando. Por eso también su implicación personal para resolver el caso y castigar al culpable, especialmente tratándose de un caso de violación y asesinato.