Erik Van Looy es ese belga que siempre tiene un ojo puesto en el cine norteamericano. Él mismo adaptó (sin demasiada pasión, hay que reconocerlo) su thriller Loft para el público USA. Pero antes de llegar hasta aquí propuso una muy bien armada trama donde converge policía, política, escándalos y un asesino en serie. Una jugosa mezcla que no solo consiguió una secuela con Dossier K., estos días llega a cines su remake norteamericano con la que comparte título y un carismático Liam Neeson en su papel principal.
Realmente, La memoria del asesino que propuso Erik Van Looy podría pasar por un thriller de lo que tantas veces nos llegan de USA, pero no vamos a quitarle mérito a la novela de Jef Geeraerts y sus intrincados juegos de palabras, además de su capacidad de adentrarse en temas peliagudos sin necesidad de limpiar la imagen de nadie. Esto nos lleva a una clara conclusión, un buen thriller europeo no tiene necesidad de darle la espalda a los fuegos artificiales del 4 de julio para ser atractivo.
La película nos presenta a un silencioso y experimentado asesino en serie, uno de esos que desea dejarlo todo atrás y que nos ofrece un nuevo aliciente: el alzheimer empieza a alimentarse de su memoria. A partir de un último encargo empezamos a experimentar eso llamado empatía hacia alguien que mata por dinero, una última vez siempre puede ser especial. Con una forma de afrontar las pérdidas de memoria muy similar a la que Nolan nos ofreció en Memento, una especie de oda al abandono de información en el cine de acción, nos encontramos con un aliciente que pronto dejará de ser algo más que una excusa cuando aparece la investigación policial, dando tanta o más importancia al comisario judicial que de casualidad accede a la misma problemática que el asesino.
En un intento de calibrar el bien y el mal, dando a entender que la pureza absoluta no existe en la sociedad, Van Looy encuentra justicieros a ambos lados intentando acabar con las actitudes más nefastas de los poderosos, que parecen gozar de la impunidad del dinero. Comienza entonces una especie de juego de gato vs. ratón donde, pese a las dificultades que aporta la enfermedad del asesino, va marcando el ritmo en el que pueden avanzar las pesquisas policiales, consiguiendo que el experimentado asesino y el joven comisario miren en una misma dirección, sin realmente confiar el uno en el otro.
Con escenas de acción potentes y elaborados juegos de palabras para dar vida al relato, avanzamos en esta historia donde la moral tiene múltiples lecturas y siempre un mismo resultado. Sin necesidad de concordar sus métodos para llegar a la sobrevalorada justicia, y yendo en todo momento un paso por detrás del asesino, los caminos de los interesados convergen potenciando el caos que una memoria ya no tan infalible ofrece, haciendo más complejo si cabe llegar a una verdad absoluta.
Puede que no se retenga en la memoria, como parece que esta última gesta no quedaría en la del principal protagonista, pero sin duda es un entretenimiento de altura con buenos giros argumentales para dudar de la integridad de los que venden y compran servicios “humanitarios”. Sin duda un puzzle entretenido de armar, con unos personajes rebosantes de personalidad que no se estorban entre ellos. No es de extrañar que, tras sus casi veinte años de existencia, se puedan retomar sus bases para volver a llenar salas de cine, aunque (desconociendo el resultado) probablemente le falte esa franqueza belga que no necesita endulzar los hechos para no ofender al público con la realidad.