El 6 de mayo de 2016, Ok Diario se inventaba el titular «El Gobierno de Maduro pagó 272.000 dólares a Pablo Iglesias en el paraíso fiscal de Granadinas en 2014». 11 días después de aquello, el ex-comisario y agente encubierto Villarejo se reúne con el periodista Antonio García Ferreras con la intención de darle una mayor cobertura que les ayudara a rebajar la confianza que muchos tenían en un nuevo partido político poniendo el foco en su principal líder.
Ah, no, perdón: creo que me he equivocado de película basada en hechos reales.
Discoteca Opium en Marbella: comienza un tiroteo entre mafiosos… Ah, no, tampoco.
Demasiados hechos reales que parecen una peli y todos saliendo a la luz en estos días. Pero bueno, con la última anécdota real nos vamos acercando un poco más a Un escándalo de Estado, la película del director y guionista Thierry de Peretti, que comienza en Marbella en 2012, aunque enseguida salta hasta 2015, cuando la aduana francesa incauta siete toneladas de cannabis en pleno centro de la capital. Ese mismo día, un antiguo topo con un pasado turbio, contacta con un periodista de Libération, a quien afirma poder demostrar la existencia del narcotráfico de Estado liderado por Jacques Billard, destacada figura mediática y alto oficial de la policía francesa. Esta es la sinopsis oficial, que termina diciendo que, suspicaz al principio, el joven periodista finalmente se sumergirá en una investigación que lo llevará a los rincones más oscuros de la República francesa.
Estamos ante una película que se inspira en el ‹affaire› François Thierry, que desconozco, del que surgió a su vez el L’infiltré, escrito por Hubert Avoine y Emmanuel Fansten, del que a su vez bebe Peretti para adaptar libremente todo lo relacionado con François Thierry, el ex-jefe de la Oficina Central para la Represión del Tráfico Ilícito de Drogas. Y es que esta persona fue acusada, bajo el pretexto de la lucha contra las drogas, de promover la importación de muchas toneladas de cannabis y heroína para identificar las rutas de los traficantes y así rastrearlos. El problema es que en ocasiones equivalía a ayudar a determinados traficantes para obtener información de primera mano, y así realizar capturas récord que satisficieran a la jerarquía política, ávida de hacer números.
Todos estos datos son relevantes para ir preparados para ver Un escándalo de Estado, una cinta en ocasiones algo confusa y desigual, aunque casi siempre interesante. Por un lado, tenemos la actuación de Roschdy Zem, impecable y ambiguo; por otro, una película que en ocasiones adolece de una falta de ideas formales que acompañen a los actores. También llama la atención la presencia de Pio Marmaï personificando al periodista investigador, que debió existir en nuestra realidad, por lo que no tenemos que dudar de su ética y demás.
Y todas estas decisiones parecen conscientes. Peretti rechaza lo espectacular y prefiere las conversaciones para sumergirnos en un falso thriller lleno de grises. Por eso, lo más destacable no es lo que constituye la trama de la película, que son los abusos del Estado en la lucha contra las drogas. Lo que más destaca es la alianza entre un periodista de investigación y un “empleado” de narcotraficantes que actúa como infiltrado. Hacia ellos es donde nos lleva la mirada del realizador de Córcega. Podemos reconocer la existencia de un director con impronta, en esa obsesiva minuciosidad de los detalles y un hiperrealismo muy documentado. Tanto, que por momentos uno siente que no tiene tiempo para respirar o relajarse, a pesar de las muchas escenas en donde no pasa nada. Pero lo dicho, no está mal, y además está Vincent Lindon, otro maquinote que se dedica, junto al resto del elenco, a darle seriedad y sólo eso a las dos horas de metraje. No encontrarás muchos sentimientos, ni tampoco mucho sentido del humor, pero siempre da gusto ver a tantos actores y actrices ser buenos en lo suyo.
En fin… Aguantamos, seguimos, resistimos. Más reseñismo.