En los últimos tiempos, el cine patrio de género la sido receptor de numerosas alabanzas ya no sólo a nivel doméstico, sino también fuera de nuestras fronteras. La buena aceptación —de público y crítica— de thrillers como la reciente Mientras Duermes o apuestas dentro del terror de corte más clásico como El orfanato han conseguido que este tipo de cintas se hayan vuelto especialmente prolíficas últimamente.
El último realizador en subirse al exitoso carro del género ha sido el cortometrajista Jesús Monllaó con la adaptación a la gran pantalla de la novela homónima de Ignacio García-Valiño Hijo de Caín. Con ella, Monllaó nos brinda una cinta que podría englobarse dentro del subgénero del «thriller psicológico con niño cabrón» y que, si bien posee una premisa a priori muy atractiva, dista mucho —demasiado— de ser otro de esos largometrajes con los que el cine español consigue dejar huella en el panorama fantástico nacional e internacional.
La principal lacra del debut en el largo de Monllaó se encuentra en la que debería ser la parte más sólida que todo thriller con un mínimo de intriga debería tener: su guión.
Coloquialmente hablando, pocas cosas molestan más que el hecho de que te tomen por tonto al cumplir tu papel como espectador, y el libreto firmado por Sergio Barrejón transmite esa sensación constantemente. Toda la trama de Hijo de Caín parece estar construida para hacer que los grandes giros argumentales de la historia resulten efectivos cueste lo que cueste; olvidándose así toda coherencia, y llegando a utilizar diálogos y acciones sin ningún tipo de lógica ni sustento para intentar que cuelen los supuestos golpes de efecto. Y digo supuestos porque, estando mínimamente atento se puede descubrir la engañifa que guionista y director intentan vender, minando todo el posible interés de una cinta que sólo se podría etiquetar de tramposa.
Saliendo del farragoso terreno del guión tampoco se encuentran virtudes que mitiguen el mal sabor de boca que deja la película. La labor de Monllaó trabajando con los actores no es, ni mucho menos, satisfactoria. El peso pesado del casting, José Coronado, parece haber sufrido una severa involución en su calidad interpretativa si comparamos con el impecable trabajo que realizó en No habrá paz para los malvados. David Solans, por su parte, repite incesablemente tics —en forma de sonrisas de medio lado principalmente— que tratan de reflejar su maldad de adolescente psicótico, pero que lo único que consiguen es actuar como un leitmotiv que anuncia a voz en grito los planes del protagonista de la cinta, matando el factor sorpresa.
Es complicado no evocar la genial Tenemos que hablar de Kevin durante el visionado de Hijo de Caín, principalmente por lo similar de su planteamiento base —hijo psicótico y su entorno doméstico—. Lamentablemente, cualquier parecido con la película de Lynne Ramsay es pura coincidencia.
Donde la película británica evidenciaba un mimo especial en su realización a la hora de tratar visual y sonoramente el ambiente opresivo que ocasiona tener un monstruo en el núcleo familiar, Hijo de Caín, en contraposición, se muestra plana y sin un estilo definido que hace que el filme roce lo telefilmesco —terrible el accidente de tráfico—, sólo destacando en algunos momentos moderadamente potentes en los que parece que el director va a decantarse por un tono acorde a la historia, pero que se vuelven a diluir de nuevo en una maraña interminable de diálogos que pecan de ser excesivamente explicativos, redundantes, y que relegan las imágenes a un segundo término.
Es una lástima que un punto de partida tan apetecible como el ofrece Hijo de Caín haya dado como resultado una cinta fallida. Buenas intenciones no le faltan a Jesús Monllaó, pero si sustentas todo un thriller sobre un guión repleto de trampas enfocadas a dotar de efectividad a un par de giros dramáticos, lo más probable es que el conjunto se tambalee y caiga por su propio peso, como es el caso. Al igual que, si pretendes tratar de idiota al espectador, lo más probable sea que este acabe bastante cabreado tras el corte a negro que marca el final de la película.