A pesar de su manierismo, Pig me parece una película sensorial. Tiene algo que está por encima de sus formas contemplativas, de sus diálogos un tanto pretenciosos… de su autoconciencia. Creo que sólo eso puede explicar la buena sensación que me produce recordarla. Porque, personalmente, no siento ninguna admiración por la carrera de Nicolas Cage: ni por sus trabajos de la época hollywoodiense (salvo ciertas excepciones como Corazón salvaje, Al límite, El hombre del tiempo y algún que otro secundario como el de Kick-Ass) ni por los de su (no tan) nueva etapa al margen de los circuitos comerciales. Entonces, me enfrento a una película cuyas formas autocomplacientes me producen sobrecarga y que es portadora, según infinidad de reseñas, de un supuesto resurgimiento estelar que a mí no me estimula en absoluto. De ahí la sorpresa al descubrir que, días después, la recuerdo con cierto placer. Y me parece interesante descubrir qué elementos pueden componer este suyo aspecto sensorial.
Lo primero que se me ocurre es el hecho de que la película rehúya el tópico del superhombre atormentado. Y es que el punto de partida de Pig parecía el terreno ideal para presentar un nuevo personaje del estilo de John Wick (John Wick: Otro día para matar, Chad Stahelski & David Leitch), Hutch Mansell (Nadie, Ilya Naishuller), Markus (Jinetes de la justicia, Anders Thomas Jensen) o Bill Ward (Wild Bill, Dexter Fletcher). Pero el caso es que la única gran habilidad que posee Robin (protagonista de la película) es ser un buen cocinero. Ningún conflicto se resuelve gracias al despliegue de golpes virtuosos ni a extravagantes estrategias militares, sino a través de diálogos y acciones que invitan a la reflexión. Este importante detalle dota la película de una agradecida credibilidad que va trazando su camino, con ciertos juegos de equilibrio, pero consiguiendo llegar hasta el final.
Otro detalle afortunado es el tratamiento que Michael Sarnoski tiene con la mascota del protagonista, la cerda buscadora de trufas que será secuestrada en el primer acto de la película. El director evita construir vínculos entre el animal y el espectador, de modo que la tragedia no surge de la compasión hacia la mascota sino de la inquietud que genera el trastorno de su atormentado propietario. Sí, deseamos que Nicolas Cage recupere su cerda, pero más por lo que esta representa que por el animal en sí. Algo parecido sucedía con el halcón de la magnífica Kes de Ken Loach: la muerte del ave escenificaba la pérdida de la ilusión, la desaparición de aquella pasión que daba sentido a la existencia del pequeño protagonista. Aquí, la cerda representa el único residuo de amor que guarda Robin, el último espacio al que se atreve a confiar un poco de estima después de haber perdido a su mujer.
Luego tenemos a personajes, que si bien no sorprenden por su profundidad ni por su compleja personalidad, sí consiguen un curioso equilibrio entre lo pretencioso y lo creíble. Parte del mérito lo tiene la interpretación de Nicolas Cage que, lo reconozco, hace aquí un buen trabajo. Y lo más interesante es que no lo hace en detrimento de otros departamentos, sino que su sólida actuación es al mismo tiempo discreta y respetuosa con el resto de la película. De ahí que incluso podamos palpar cierta evolución en el personaje de Amir, igual de bien interpretado por el menos conocido Alex Wolf. De hecho, su personaje me parece uno de los elementos más interesantes del film: Sarnoski logra justificar su actitud arrogante sin convertirlo en la víctima de su trabajo. Sí, acabamos sintiendo cierta empatía hacia él, pero el director no cae en el previsible tópico de la redención.
Finalmente, la conclusión. Pig nos deja con un sabor agridulce gracias a un final que opta por la sutileza. La resolución del objetivo del protagonista y el desenlace final son resueltos con un giro tan sencillo como trágico y una frase tan modesta como sugerente. Probablemente sea la suma de todos estos factores (en un primer momento eclipsados por el manierismo del director y el tan anunciado resurgimiento de la —supuesta— estrella) las que conforman dicho carácter sensorial, que anida en el la memoria del espectador y convierte el film en un agradable recuerdo.