Desde hace varios meses, estamos viendo, al menos en el entorno occidental de este planeta (incluyendo lo que corresponde a Rusia), una escalada belicista en el discurso público y los hechos, con subidas en el gasto militar y un odio renovado contra el enemigo fácil de identificar y que nos sirve para mantener entre nosotros la unidad. En cierta forma, pareciera como si la gente, al menos la que llega a tener altavoz para expresarse abiertamente, hubiese estado deseando que un momento como este nos llegara. Contenta de poder justificar acciones impensables hasta hace no tanto, satisfecha de poder dejar claro su racismo y su clasismo para dar de lado a unos y no a otros, gozosa de fortalecer antiguas formas de pensar casi olvidadas (quizá por eso), acompañado todo ello de un movimiento del tablero de la urbanidad y la política en clara dirección hacia el “malismo” como si fuera lo lógico en la sociedad.
Sorprende que, después de tantos libros y tantas películas claramente antibelicistas, tantas memorias y vivencias que han expresado el horror que la guerra supone, con sus correspondientes campos de concentración y de reeducación, toda esta escalada haya sido tan rápida. Puede que la realidad no sea compleja, la de este momento, o quizá es tal su complejidad que nos resulta mucho más simple y fácil aceptarla como nos la dan. El caso es que, viendo Casco de acero, la película que el director y guionista Samuel Fuller realizó en 1951, me ha hecho pensar en algunas ocasiones en lo que estamos viviendo ahora, en su caso hablando de una guerra, la de Corea, que se desarrollaba a la vez que rodaba y estrenaba esta cinta. Una cinta que comienza con el siguiente mensaje: «Esta historia está dedicada a la infantería de los EEUU», y que nos recuerda que Fuller se unió a la infantería del Ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y participó en desembarcos en África, Sicilia y Normandía.
A pesar de no mostrar un posicionamiento claro sobre lo que cuenta, sí que capta realidades muy interesantes, que van desde un soldado que va encadenando tantas guerras que se va quedando un poco tocado por el camino, siendo en muchas de ellas el único superviviente de sus pelotones, seguido por un soldado negro que, en tiempos de paz y viviendo en Estados Unidos, está obligado a sentarse en la parte de atrás de los autobuses, o la presencia de un estadounidense de origen japonés que, mientras se desarrolla la Segunda Guerra Mundial, en concreto de 1942 a 1945, tuvo que ver cómo a sus padres eran aislados en campos de internamiento para personas de ascendencia japonesa, aunque fuesen ciudadanos estadounidenses. Eso sí, todos ellos orgullosos de ser estadounidenses, a pesar de las contradicciones planteadas por un coreano comunista que también aparece para transmitir mensajes que, antes de su aparición, parecían impensables en esta película, ya que su inicio nos hace pensar en un argumento mucho más a favor de defender el “nosotros” y criticar el “ellos” comunista de lo que luego se llega a ver, a pesar de seguir siendo claramente el enemigo.
Por todo ello, la película de Fuller resulta muy interesante. En su no posicionamiento, hay suficiente reflexión como para que los claramente posicionados puedan enfadarse, al no ser demasiado claro sobre su mensaje. Al mismo tiempo, el que quiera ver en sus imágenes y su narración lo mismo que piensa, es posible que también lo pueda ver. Si pasó con Parásitos o El lobo de Wall Street, ¿por qué no iba a pasar con Casco de acero, a la que algunos en su momento consideraron procomunista y antiamericana, o que incluso llegó a estar financiada por “los rojos”? El caso, por dejar de irme por las ramas, es que el resultado es muy interesante, siendo una película sobre guerra que sucede simultáneamente con la realidad que refleja, sin que ello conlleve ofrecer una opinión o posición preestablecida. Una línea difusa entre propaganda, representación y respaldo de un mensaje. Por eso, al final lo que nos queda, simple y llanamente, es una entretenida obra que trata, por encima de todas las cosas, de la vida de un soldado desde el momento en que finge su muerte. ¿Hasta qué punto nos habla desde su experiencia? Lo desconozco, aunque cuando los oficiales del ejército se opusieron a que los militares estadounidenses de la película de Fuller ejecutaran a un prisionero de guerra, Fuller respondió que lo había visto hacer durante su propio servicio militar.