La libertad ha llegado a Bamako después de la época colonial anterior. Es el año 1962 y el ejército trabaja en patrullas misioneras para que la tierra vuelva a estar en manos de sus labradores. También se supervisan los abusos de los capataces sobre sus empleados. El socialismo llega a la república de Mali. Además del amor para Lara y Samba, dos jóvenes a los que intentan mantener su relación contra los atavismos. Tanto como les costará a los clubes de ocio seguir organizando bailes con twist, rock y otras músicas de proveniencia estadounidense o europea, perseguidos por la nueva política del estado.
La filmografía del marsellés Robert Guédiguian inaugura esta cuarta década con su vigésimo segundo film. Poco se puede criticar de alguien con una carrera coherente sobre todo en cuestión temática, métodos de trabajo y enfoque. Si acaso, la cinta que se estrena en pantallas se suma a la quincena de largos suyos difundidos en nuestro país. Un hecho insólito al ser un director y guionista proveniente de Francia. Por supuesto no son razones para generar adhesión incondicional a unas películas, localizadas muchas veces en Marsella, interpretadas por un reparto habitual en casi todas y con situaciones, argumentos y personajes similares. Sin embargo, la que ocupa esta reseña es una obra que como en El ejército del crimen, sucede en una época pretérita en su totalidad.
Twist à Bamako —el título original, traducido aquí como Mali Twist— desarrolla en un metraje de dos horas el romance nacido entre la pareja protagonista. Dos veinteañeros que representan el clasicismo y la modernidad de la capital en una época convulsa por los cambios sociales. Provenientes él de una familia de comerciantes textiles, aunque volcado en la lucha política. Y ella de clase más humilde, pero hija de un terrateniente rural apegado a la tradición islámica y al matrimonio estricto, alianza de la que la joven huye. Relata esta variante con elementos similares a los de Romeo y Julieta que, por cierto, tampoco es un referente nuevo en el cine de Guédiguian.
La narración lineal no recurre a saltos temporales, identificando Bamako, año 1962, mediante un breve rótulo sobreimpresionado al principio. Gracias a un trabajo impecable por parte de los departamentos de dirección artística, logran ambientar la década con automóviles, vestuario, atrezo, interiores y localizaciones en exteriores. El esfuerzo decorativo por parte del equipo y el realizador se percibe con el escaso uso de efectos especiales para conseguir el reflejo de aquel año. Así que podríamos hablar prácticamente de una producción más lujosa de lo que vienen siendo las cintas del director. Se suma una banda sonora con canciones y artistas conocidos de los años sesenta como Chubby Checker, Johnny Haliday o los Beach Boys, con su I Get Around, que tal vez es el tema musical que peor funciona en la secuencia que se inserta.
Los aciertos del largometraje se hallan por tanto en el trabajo de ambientación. El colorido que contrasta con las escenas más dramáticas. La gran decisión del director y guionistas, que componen un reparto de origen o procedencia africana, sin personas de otras etnias —con la sorpresa de que Gilles Taurand, un veterano arreglista y apoyo en guiones de numerosos films franceses, no aparezca acreditado—. Es decir, en lugar de usar un personaje blanco o caucásico para identificación de los espectadores como nosotros, todos los roles provienen de África, con lo cual la historia resulta más creíble e inmersiva. Pueden ser persistentes tanto los fundidos a oscuridad total en la pantalla en el primer tercio del metraje, un método de dar paso a secuencias que luego se abandona. O quizás el fallo de ritmo que suponen esas instantáneas que toma un fotógrafo en toda la película, que ralentizan en ocasiones la fluidez.
Pero destaca esa coherencia de usar solo actores de origen africano. La fotogenia evidente de los jóvenes y secundarios. La revelación de una parte de la Historia postcolonial francesa que quizás aquí sea menos conocida. La constatación de que no todas las utopías funcionan en cuanto se cuestionan libertades y se crean jerarquías políticas que olvidan a los ciudadanos. Tal vez se echen en falta a personajes como los padres de Samba o el de Lara, que llenan la pantalla en sus apariciones y dotan de humanidad la ficción. Un uso más narrativo de la música y su significado en la búsqueda de libertad. O la coherencia entre la Historia con mayúscula y el romance que a veces no encajan del todo.
Pero además de resultar un producto atractivo, Mali Twist tiene algunos momentos inspirados como el impulso colectivo de los jóvenes en su misión de labranza en el campo yermo ante una población desencantada, una escena que sí resulta cinematográfica. O ese epílogo que sucede cincuenta años después confirmando que las libertades también hay que cosecharlas.