Los fuegos de la adolescencia
Hay, en el nuevo film ¡Hasta Siempre, Don Glees!, un amago de lo que sería la temática de los incendios, que sin embargo, lo que viene siendo una crónica adolescente para todos los paladares se sobrepone a esta idea. Tras un prólogo con sabor a epílogo, se abre ante nosotros un film simpático y jovial que le da la bienvenida al verano, y que rápidamente se inscribe en la tradición de films y series que narran las peripecias de un conjunto de adolescentes.
En ningún momento la película quiere meter el dedo en la llaga con algún asunto candente o entrometerse en alguna discusión contemporánea. Simple y llanamente, su propósito es divertir y que el espectador pueda evadirse de sus problemáticas cotidianas. Preferiblemente si trae consigo a los pequeños de la casa.
Los protagonistas son tres quinceañeros que han terminado la secundaria y encaran un verano distinto a los demás, una propuesta que de entrada suena a cliché. Sin embargo, la sucesión de los episodios procura que la propuesta vaya adquiriendo progresivamente más sentido, en tanto que el protagonista pueda ir comenzando su proceso de maduración. Él pertenece a una familia campestre, tiene dos padres a los que les concierne que pueda y se interese por arar la tierra. Sin embargo, su circunstancia le determina a estar separado del resto de jóvenes de su edad, que suelen ser chicos más acostumbrados al bullicio de la ciudad, y por tanto, más cerrados de mente y automáticamente inscritos en las dinámicas civilizatorias y capitalistas.
En cierto modo, esta es una historia ordinaria, aunque disfrazada de un aura extraordinaria. Objetos como la bicicleta vuelven a simbolizar la libertad juvenil, y la cámara de fotos, sobre la que ahora recalaremos, se entiende como un elemento clave para él.
El retrato del bosque, por otro lado, refleja otra vez la gran preocupación de los cineastas japoneses por el medio natural, pensando especialmente en figuras como Naomi Kawase (El bosque de luto) o Hayao Miyazaki, autor de la obra maestra La princesa Mononoke, de la que infinidad de creadores se han nutrido para sus propuestas.
Los dibujos, como de costumbre en los animes, son visualmente preciosos, y se incrustan en una puesta en imagen muy trabajada. Si bien el storyboard es el resultado de un exhaustivo trabajo, el intercambio de planos adolece de un cierto academicismo que causa que ¡Hasta Siempre, Don Glees! no se recuerde en base a su cápsula formal. No obstante, en lo relativo al contenido sí que nos deja algunos episodios que pueden triunfar holgadamente entre el público.
Tengamos en mente el pasaje de la cámara de fotos, enhebrado a modo de flashback. El protagonista está recordando a la chica de la que está enamorado, un día cualquiera bajo el sol caluroso. Las tonalidades y los contrastes brillan más para indicar esto último, pero también para que el espectador entienda que este es uno de los hilos que sirven para pensar el presente del relato. Cuando la adolescente se le acerca y muestra un sano interés por las fotografías que está tomando con su Nikon, se toma la licencia de tomarle prestada la cámara y retratando el campo, capta una marioneta al vuelo. Es una chica dulce y apasionada, y a pesar de que su discurso en defensa de la fotografía y de la fugacidad del tiempo que percibe parece extraído de un manual, cualquier mortal caería a sus pies.
Si la factoría Pixar cada vez apuesta más por una mirada adulta en sus películas, animes de este calibre prefieren conservar un espíritu de inocencia que parece perpetuarse, a contracorriente de lo que es la mirada escéptica contemporánea, según la cual parece que ya ninguna imagen pueda evocarnos algún sentimiento de asombro.