Cuando hablamos de cine producido en tierras exóticas, a muchas personas lo primero que le viene a la cabeza es algo sesudo, lento y difícil de sugerir. Un poco como si fuese cine francés. Sin embargo, la realidad es que la variedad de títulos que llegan a nuestro país depende del éxito en sus fronteras, pero sobre todo de lo fácil que el distribuidor sienta que la realidad que cuente la película se puede trasladar a nuestras mentes. O, claro, que estemos hablando de una cinta con un cierto recorrido en festivales internacionales seguido de críticas en general muy favorables. El proceso desde el estreno en un país hasta el estreno en otro, pasando por los (no) mencionados festivales, a veces puede llevar años, pero al final hay una cosa que se sigue manteniendo en esta historia: el cine francés siempre (que nominó a mejor película extranjera en el año 2021 a la película sobre la que voy a escribir yo hoy en 2022: La ley de Teherán, estrenada en 2019). Nunca es tarde, si la dicha es buena, y ya aviso que sí.
La ley de Teherán, segundo largometraje del director Saeed Roustayi, es un thriller de acción sobre unos policías que persiguen a un capo de la droga en un país en el que la pena por posesión de drogas es la misma tanto si llevas 30 gramos como 50 kilogramos: la horca. Con 6,5 millones de personas toxicómanas, las dimensiones del problema van, en general, más allá del narcotráfico, ya que la ley castiga tanto a víctima como a verdugo. Y si bien este conflicto no es el tema central de la película, en ciertos momentos parece intentar ser una de sus últimas reflexiones. Porque, cuando hablamos de drogas y marginación, siempre es bueno considerar también que una parte importante del problema proviene del propio sistema, empezando por la propia desigualdad entre los ciudadanos (o, como diría Fernandocosta en su tema Etapas raras, «si los de arriba meten brazo pa’ su porvenir, abajo se vende la droga pa’ poder vivir». Pero ¿qué ocurre? Que, en tu avance personal, seguramente destruyas la vida de cientos o miles.
Si bien La ley de Teherán se centra en mostrar una sociedad iraní carcomida por las drogas y un sistema judicial excesivamente punitivo, muchas críticas provenientes de su país señalan que la película olvida un elemento esencial, y es uno en el que piensas mientras la estás viendo, pero que nunca queda claro: y es si el sistema judicial y policial es corrupto y apoya este narcotráfico. Según parece, sí. A pesar de esta omisión, que es lamentable, lo que vemos es brutal y muy realista (sobre todo cada personaje que aparece en la pantalla durante las detenciones), con una puesta en escena seca que aprovecha la fuerza que tienen sus actores protagonistas, entre los que está Peyman Moaadi (a quien algunos recordarán por su papel en Nader y Simin, una separación). Trascienden todos los cara a cara entre los policías y entre policías y capos de la droga, que juegan con nosotros ofreciendo tantas posibilidades como dosis de empatía variable entre determinados personajes.
En resumen, La ley de Teherán se mueve y nos mueve entre el dilema moral, la delincuencia y la corrupción, dejando claro lo que hay y permitiendo que el espectador reflexione sobre las soluciones, los castigos o las opciones de perdón entre amenazas a cambio de delatar a un capo superior. A eso sumamos que Roustayi utiliza con nervio todos los ingredientes para construir un thriller asfixiante y mantenerte pendiente de la trama sus dos horas de duración. La primera escena de la película es puro ritmo y con un final desasosegante. Un comienzo tan impresionante que uno teme que lo que viene después no lo supere, pero a continuación asistimos a una rápida secuencia de detenciones e interrogatorios que nos lleva después a ser testigos de la situación carcelaria en Irán.