Hacia una política de las imágenes.
El cineasta Jean-Gabriel Périot ha realizado numerosas incursiones en el terreno del documental, la ficción y el cine de vanguardia. Merece la categoría de videoartista y montador, cuya trayectoria abarca formatos híbridos que terminan cuestionando la historia oficial y la memoria nacional.
En su último largometraje, Regreso a Reims, el director nos transporta a los años 50, donde la clase obrera francesa cobró mucha notoriedad, mientras se dedica a alternar diversos tipos de imágenes de archivo, para hacerlas colisionar y dar pie a una pedagogía de la Historia. En ese sentido, existen cineastas que emplean un didactismo similar, como por ejemplo Pietro Marcello —interesante tener en mente el choque dialéctico entre imágenes ficcionadas y documentales de Martin Eden— o Luis López Carrasco, que destaca por trabajos como El año del descubrimiento, film que, análogamente a Regreso a Reims, despunta por su libertad a la hora de seleccionar imágenes para redotarlas de significado a la hora de incorporarlas en un discurso.
Por otro lado, Nuestras derrotas, presentada hace dos años, también ilustra a la perfección los estilemas de este director, que podrían resumirse en los métodos que él mismo idea para darle la voz al pueblo. La cinta, embadurnada de un carácter político muy marcado, parte de una base estudiantil y ubica a diez estudiantes en un proyecto de recreación de huelgas y disputas laborales correspondientes a finales de los años 60, coincidiendo con las Revoluciones del 68. Obviamente, la mirada de Jean-Luc Godard se proyecta sobre las imágenes de Nuestras derrotas, en las que no predomina precisamente un espíritu combativo o sarcástico, sino un deseo de acercar los acontecimientos de la Historia al espectador de forma racional. Los jóvenes toman la palabra, y no es baladí que comparemos esta pieza con la ficción documental Quién lo impide, de Jonás Trueba, que también persigue ideas semejantes pero se decanta por rescatar un aura de liberación post-Covid que ha marcado a una generación de adolescentes. Si Trueba dispara hacia el corazón, Périot apunta a la cabeza.
Nuestras derrotas intercala escenas en blanco y negro, pero hace del formato entrevista una herramienta poderosa para otorgarle poder a la comunicación verbal, comprometiéndose con la causa, tal y como dice una chica. Una de las preguntas que le es formulada a los protagonistas tiene que ver precisamente con el compromiso, como si el cineasta, de forma sutil, también estuviese reivindicando su propio trabajo.
Como el lector puede intuir, navegamos por una tipología de cine atravesada por la experimentación sociológica, con la capacidad para interrogar el presente y rescatar un espíritu del pasado que delate las contradicciones de la actualidad.
Pensando en cortometrajes como Alegría en esta lucha, Périot también es capaz de extraer el gesto político de lo que se despliega como un ensayo musical, en tanto que retrata un trabajo colectivo donde varias personas se implican por talento y pasión. Périot arrastra los ecos de Jacques Rivette al filmar a los personajes, pero si el cineasta de la ‹Nouvelle vague› dejaba fluir el tiempo en el núcleo escénico y se prestaba a pensar el espacio fílmico como un teatro extendido al infinito, Périot se muestra más academicista con el intercambio entre los planos; no busca tanto la creatividad sino captar un ritmo a través del montaje y el movimiento. Cada cuerpo transfiere su energía al resto de cuerpos dentro del encuadre, creando una sinfonía que termina vertiéndose en un teatro vacío, un punto muerto de la representación que a su vez es simiente de las emociones que contienen los rostros en el final.
Definitivamente, la de Périot es una voz que da voz, y como tal, merece nuestra atención y nuestra aprobación. Para él, la lucha es constante, pero el camino le otorga sentido.