Y con los galardones otorgados y las últimas luces del día disolviéndose tras la raya del horizonte, el sábado 28 de mayo el Festival de Cannes echaba el cierre con el Cinéma de la plage, proyectando La última película, que sin duda acarreó un obvio pero robusto potencial simbólico para el certamen. A diferencia de la edición pasada, que abrió con la fulminante y extraordinaria Annette, este año fue un descafeinado remake de Michel Hazanavicius el que dio el pistoletazo de salida al festival, que bien cierto es que el impedimento que suponía el COVID-19 ya fue remediado. Los críticos y los espectadores pudimos entrar en las salas sin necesidad de PCR’s negativas o certificados de vacunación, y ver Coupez! sin las mascarillas amenizó la velada y desató sanas risotadas. Sin embargo, éstas aún no desaparecían del todo, llevadas aún por los más cautelosos.
Figuras del calibre de Tom Cruise, Alice Rohrwacher o Javier Bardem protagonizaron las ‹rendez-vous› del Festival, en la que el primero, que traía Top Gun: Maverick, defendió la proyección de las películas en su emplazamiento natural, la pantalla de cine, y nos dejó frases memorables como: «Si me preguntas por qué hago las ‹setpieces› que hago es como si le preguntaras a Gene Kelly por qué baila». Un comentario que aplaudió Albert Serra, cineasta de una órbita totalmente opuesta pero que también apoya la sala de cine como el único entorno posible para una experiencia total. El cineasta catalán exhibió la película más radical, atmosférica y asombrosa de la sección oficial, Pacifiction, en la que un alto comisario ufano y arrogante se traslada a Tahití para impregnarse de un ambiente exótico. Si las dos horas iniciales son una hermosa alquimia narrativa y visual de lo que ha sido el cine del director, los últimos 45 minutos devienen una auténtica reinvención de su lenguaje en clave “lynchiana”. El mismo Serra se describía a sí mismo como el máximo responsable de todas las imágenes que componen el film, no así como de otros elementos. Sin embargo, su película no fue contemplada como una candidata a los premios y sí lo fueron films como Stars at Noon, una incursión de Claire Denis en Nicaragua pero lastrada por la desidia y el sopor, Close, tensa radiografía de dos preadolescentes enclaustrados por los roles de género y Eo, la última aportación del veterano Jerzy Skolimowski que relee El azar de Baltasar desde la plasticidad del color y la sensibilidad táctil de la imagen.
Dos de las grandes esperadas del Festival, Crimes of the Future y Decision to Leave, no alcanzaron a priori la categoría de obras maestras, pero nos dejaron instantes de gran cine, como el cierre de la segunda o las escenas de la primera donde se lleva literalmente a escena la máxima «Body is the new reality». La nueva cinta de Park Chan-wook, sin embargo, fue reconocida justamente como la mejor dirigida.
Como contrapunto, la sección de la Quincena de Realizadores brilló gracias a los trabajos de directores como João Pedro Rodrigues, Mia Hansen-Løve, inexplicablemente fuera de competición, Pietro Marcello o Elena López. Rodrigues nos obsequió con una ingeniosa sátira con ingredientes musicales y pictóricos, mientras que Hansen-Løve regresó a lo que mejor se le daba, como son las suaves pero incisivas crónicas de personajes cotidianos. Marcello reivindicó la dimensión artesanal del cine con un brillante manejo de la dirección de actores y López nos iluminó con un relato folclórico a medio camino entre realismo documental y realismo mágico.
Un Cannes también marcado por una fuerte presencia ‹influencer›, sintomática de nuestra sociedad de la imagen y la presunción. A este respecto, la gran triunfadora, Triangle of Sadness, emergió como una contundente respuesta a esta circunstancia, dirigida por Ruben Östlund, un cineasta que ya puede coleccionar dos Palmas de Oro en su palmarés. Sin aderezos ni sutilezas, el director rechazó la clarividencia de Buñuel y Pasolini para dejar en ridículo a las clases adineradas y pasar sobre ellas como un huracán, dejándonos algunas escenas descacharrantes.
Al final, a pesar de los frívolos artificios que embadurnan las jerarquías sociales y la perversidad de las dinámicas de atención, siempre nos quedará el cine, ese espejo de nuestras vivencias que nos devuelve su flujo sobre la retina y su pálpito sobre el corazón.