El cuerpo del cine y el cine del cuerpo
El cineasta portugués João Pedro Rodrigues también se suma a la lista de directores que han traído sus últimas películas a la Quincena de Realizadores, y bienvenida sea su formidable habilidad para recordarle al espectador que el cine es una herramienta maravillosa para que pensemos el mundo al tiempo que desconectamos de él.
El director de O Fantasma, film en el que experimentaba con el sexo real, prosigue en su búsqueda de una maquinaria exclusiva del ademán corporal y una escritura que mane de él. Jean-Luc Nancy, a este respecto, subraya que escribir no es significar, y por ende, el movimiento del cuerpo por un espacio o unos contornos no se limita a una hermenéutica cerrada.
Fogo-fatúo se desenvuelve como una pequeña parábola política centrada en un equipo de bomberos, mientras coquetea con la temática del cambio climático y la deconstrucción del ideal de la realeza. En su película anterior, El ornitólogo, Rodrigues se servía de referentes pictóricos y mitológicos para explorar el paisaje humano y natural, en una cautivadora alquimia entre documental y ficción, que sin duda es una de las grandes constantes del cine portugués contemporáneo. Nombres como Rita Azevedo, Pedro Costa, Miguel Gomes o el mismo Rodrigues otorgan a este último una cohesión que sin duda origina una de las corrientes más creativas y robustas de la Europa actual.
Nancy también decía que si Occidente es una caída, el cuerpo es su último peso, su punta extrema que se vuelca en dicha caída. En Fogo-fátuo los cuerpos masculinos bailan y friccionan sin timidez o complejo alguno, y a caballo entre la pintura y la danza contemporánea Rodrigues alcanza la fantasía musical que sugiere el subtítulo de la película. El modo en el que el director se aproxima a la fisicidad masculina y le extirpa el elemento fálico es una de las muchas virtudes que pueden elogiarse del film, materializada a través de una conciencia de encuadre totalmente ajena a las pretensiones.
Como apuntábamos, la trayectoria del director lisboeta está marcada por su anexión a la pintura, y a la postre por su hermosa exploración de los modos en los que puede adquirir forma visual a través de la imagen en movimiento. Fogo-fatúo, que es una pieza rellena de un humor obtenido a través del gesto y también de la palabra, tiene unos precursores claros. Podríamos citar una ingente cantidad, pero films como Hipótesis del cuadro robado de Raúl Ruiz, Pasión de Jean-Luc Godard o en última instancia algún instante de La casa de Jack de Lars von Trier son ejemplos manifiestos de lo que también se propone hacer Fuego-fátuo, como es entablar diálogo entre la quietud y el movimiento, entre lo que supone integrar unos cuerpos que remitan a las composiciones pictóricas pero dejando que el tiempo fluya a través de ellos. Sin embargo, la última aportación del portugués no sólo se reduce a ello, sino que también incluye pinturas con sus soportes canónicos dentro de los planos, como un código complementario a los personajes. Lo mismo puede decirse de las esculturas, que también contribuyen a la aportación de los significados, algunos de ellos cómicos. De hecho, se llega a ironizar acerca del covid, pero sin ínfulas transgresoras.
En ese sentido, el control de la puesta en escena y el montaje son una lección de cine; basta con ver el manejo del ritmo interno en la secuencia de la cena o la performance de los bomberos, que celebra el flirteo homosexual e interracial. Por no hablar de la escena del entrenamiento, hermana gemela de los cuerpos que chocaban unos con otros en Buen trabajo, de Claire Denis.
Cabe recordar que la excelente y concisa Fogo-Fatúo apenas se extiende 70 minutos, porque a buen entendedor pocas imágenes bastan.