Dentro del mundo del drama circunspecto existen matices, variantes y desvíos. Desde la aridez propia del autor que quiere que el espectador rellene esos espacios de vacío emocional hasta las exhibiciones pornográficas de aparato formal (esas voces en off exageradas) y sobre-dramatismo que, a parte de resultar especialmente molestas, acaban por generar un efecto contrario al buscado, es decir, una hilaridad casi de comedia involuntaria. Petite Solange, por el contrario, sería el ejemplo de un punto medio en todo ello, una búsqueda de equilibrio en sus formas y fondo, destinado a marcar una cierta distancia emocional que le confiera un aire de “objetividad” (si es que tal cosa existe), de estudio analítico de las quiebras emocionales que puede generar un divorcio.
El film de Axelle Ropert tiene algo de estoico en su planteamiento tonal. No tanto en su acepción tradicional del término (asociado más a la frialdad y a la indiferencia resiliente) sino a la combinación de conceptos como la ‹areté› y la ‹ataraxia› (traducidos más o menos como “virtud” y “tranquilidad”) para llegar a lo que sería la ‹eudaimonia› (“felicidad”) aunque en este caso sería más adecuado traducirlo como “consecución óptima del fin buscado”. O dicho de otra manera, la descripción y sucesión de eventos se corresponden al confrontamiento en pasiones, emociones que no permiten tener claridad de pensamiento con la necesaria búsqueda de una “claridad” que permita poner las cosas en su sitio.
Ropert describe la acción entre la crisis matrimonial y, sobre todo los efectos en la pequeña Solange del título. Una adolescente que, acostumbrada a un equilibrio perfecto en su vida, se enfrenta a un torbellino emocional al que no puede hacer frente. Hay que destacar que, efectivamente, hay una descripción bastante acertada de los pilares que esta crisis pone al borde de la demolición. Desde el amor parental, hasta la idea del domicilio como otro elemento familiar a punto de desaparecer, pasando por la autoculpa, la idea de fallo y de impotencia personal.
Elementos estos que cuadran perfectamente con el concepto de la adolescencia como etapa especialmente sensible y decisiva en cuanto a formación personal y a la ausencia de armamento defensivo, basado en la experiencia, para afrontar ciertas cuestiones. Sin embargo, todo lo acertada que resulta la disposición de elementos a tratar, acaba por difuminarse en una dispersión que no acaba de cuajar tanto en su nivel emocional como el más intelectualizante.
Tanto podemos encontrar momentos especialmente acertados en la mirada del drama como verla lanzarse por pendientes de énfasis a destiempo que pueden ser considerados coherentes a nivel de concatenación emocional, pero que puestos en fotograma resultan desequilibrados, dotando al film de incoherencia interna. Tampoco ayuda que, quizás involuntariamente, el film se desliza hacia territorios discursivos moralizantes más propios de un sermón que de un estudio serio sobre el tema. Demasiadas veces da la sensación de que el drama de Solange sea una cuestión de acción-reacción, es decir, culpabilizando al divorcio como algo intrínsecamente malo sin ir más allá de este reduccionismo.
En este sentido sí que da la sensación de que estamos ante una película que confunde un posicionamiento de observación “fuera de conflicto” con un conservadurismo ‹light› teñido de pequeños apuntes de maquillaje progresista. Así Petite Solange se queda en un modesto acercamiento de tintes “rohmerianos” a temas relevantes como el divorcio o la dificultad de crecer en medio de un conflicto. Un film que brilla más en pequeños detalles (esa secuencia final) que en un conjunto algo desnortado entre el quiero y no puedo.