Sundown es de forma muy poco sutil el titulo-metáfora para el ocaso de un hombre. En cierto modo algo que ya define a la perfección que nos vamos a encontrar en el último film de Michel Franco. Por un lado la poética, la imagen como forma de palabra, la atmósfera como parte de la narración de una quiebra interna. Por otro, la explicitación de todo ello en formas tan evidentes, tan groseras, que resultan imposibles de rimar con lo anterior, casi como si se tratara de dos películas en las que, lejos de hacer del complemento una virtud, buscan explicarse entre ellas cayendo en un subrayado no solo innecesario sino incluso molesto.
Franco rueda lo que en apariencia es un descenso a los infiernos de la crisis de la mediana edad. Una descripción en la que sobran palabras y se busca la definición por los actos. Y con ello llega la paradoja: lo que parecía una descripción de una moralidad dudosa, termina enfangándose en un paraíso de cartón piedra que acaba por revelarse como un acto de rebeldía contra lo convencional. Una búsqueda y un encuentro del sentido de la vida que puede parecer digno de una persona éticamente basurera por su brusquedad y desapego. Una travesía del desierto donde diversas revelaciones siguen dibujando enigmas y ambigüedades.
No falta en todo ello las usuales explosiones de violencia y suciedad del director. Usándolas como catalizador y dinamizador de un drama que ya se estaba cociendo y que, de alguna manera resultaba incluso más turbador por sus elipsis motivacionales. Y es que justo aquí, cuando el drama empieza a verbalizarse, el film pierde su potencia inicial. Las imágenes pasan a una cierta planicie formal, la paleta de colores se vuelve monótona y la metáfora pasa a ser, literalmente, de una sutileza equivalente a una piara de cerdos.
Por si fuera poco se quiere seguir apostando por la carta de la ambigüedad hasta un desenlace absolutamente frustrante en cuanto que juega la carta de la explicación plausible aunque no definitiva. Es decir, entramos en un punto medio que no tiene nada que ver con la deseable ambivalencia y sí mucho con una interpelación a la audiencia que en ningún momento ha estado presente y que resulta casi un acto de cobardía.
Sorprende en Michel Franco esta toma decisiones cuando suele ser un director que, con menor o mayor acierto, siempre opta por la radicalidad en sus temas, con un mensaje prístino con el que hacer reflexionar. Franco busca habitualmente fomentar el debate a través del mensaje polémico, no de formar parte de él a través de la duda. Por eso sorprende ese tramo final de Sundown tan impropio del director.
Así pues estamos ante un film que transita entre el interés, la inquietud, la suciedad y el juego de la antipatía como elementos narrativos y que hace de la asfixia, de lo agobiante climáticamente su mejor carta para describir lo que parece un proceso de decadencia. Una parte, esta, que a pesar de verse deslucida por su incongruencia estilística final, vale la pena recuperar como muestra de un cine agresivo, cruel y sin contemplaciones al que habría que dar más cancha.