Venecia es un telón de fondo idealizado para que el terror italiano tome forma. Aunque las máscaras propias de su afamado carnaval resultarían una excusa ideal para fomentar los signos de vida del ‹giallo› más perfeccionista, Aldo Lado, uno de los privilegiados ojos del género, supo desentenderse de la obviedad para reforzar la tensión y el misterio de manos enguantadas y seguimientos subjetivos que tanto nos gustan.
Porque Venecia se apodera por derecho propio de uno de los papeles protagonistas de ¿Quién la ha visto morir? (Chi l’ha vista morire?, 1972), donde las niñas pelirrojas se transforman en puro objeto de coleccionismo dentro de un entramado bucle de secretos misteriosos. La ciudad es, literalmente, una cuna del arte flotante, un agua en movimiento que propone algunas de las escenas y persecuciones del film, del mismo modo que la inspiración artística es una excusa con la que deleitar nuevas formas de concevir el terror.
Pero el verdadero interés de la película es esa ruptura de la inocencia, porque más allá de la infancia, inocentes somos todos hasta que se demuestre lo contrario. Para ello se sustenta de una prolífica banda sonora compuesta por Ennio Morricone, donde los coros infantiles se convierten en nuestra peor pesadilla, confiriendo una tonalidad psicodélica y machacante a esas vibrantes y sencillas voces. Una música tan reconocible como para recordar usos posteriores como el realizado en Laissez bronzer les cadavres!, donde Cattet y Forzani quisieron homenajear tanto al maestro como al film. Son varias las ocasiones en que vemos a niños cantando eso de «chi l’ha visto morire?, “io” dice il moscerino, “con quest’occhio piccino, io l’ho visto morire”», siempre ante la impropia candidez de sus voces y la alegre sintonía con la que lo hacen, confrontado con ese peligro inminente. En este caso el peligro es ajeno a máscaras, quedando apenas escondida la escultura de una supuesta asesina por unos botines de tacón de piel, una mano con delicados guantes y unos ojos ocultos tras un velo negro propio de beata de domingo. No son solo esas repetitivas señas identitarias las que nos sitúan frente al ‹giallo›, siempre están presentes los espejos que sirven para ampliar la escena y reproducir las dobleces de sus protagonistas, así como los colores que invierten la nitidez de la escena, y un extraño interés por los pájaros atrapados por aquellos que les ofrecen de comer, como una muestra del cómodo encierro de quien se deja cuidar enjaulado, si un ligero aleteo le es permitido.
Obviada la opción de las ensoñaciones propias del género, sí sabe Aldo Lado que su gran baza es esa inocencia interrumpida, siendo siempre una opción recomponer los juegos infantiles con imágenes eróticas o con amenazas de una posible muerte. También es inspirador el modo en que decide que gran parte del film se suceda una investigación en la que van cayendo esas estructuradas máscaras de todos los adultos implicados, para, con elegancia, dar paso a livianos hilos de sangre y muerte que consiguen cercar, sin olvidarse de profundizar en el desconcierto, a la verdadera persona culpable de tanto caos.
La música se reproduce con inquina mientras unos padres ávidos de verdad van desgastando sus propias posibilidades de permanecer con vida. Miradas enmarcadas en primerísimos planos, acciones de peligro que se suceden a su alrededor y una cámara que no deja de detallarnos los rastros de culpa que una mente asesina cada vez más desatada va primando sus esfuerzos para corromper la investigación privada de los interesados.
Es quizá el golpe de gracia ese ambiente en el que se mueve el padre de la pequeña que da título al film, una elevada casta del mundo del arte donde todos parecen esconder una gran verdad que podría acabar destruyéndolos, ofreciendo un aspecto depravado que de nuevo rompe con la mirada limpia de esos infantes que recorren las estrechas calles de Venecia.
Chi l’ha vista morire? es una pequeña delicia capaz de seducir más allá de lo visual con todos los estertores propios para aquellos que tanto disfrutan del cine de género. Intenta ahora silenciar esas voces cantando en tu cabeza.