Ragnar Lodbrok desatado en la gran pantalla
Uno de los rasgos que más despuntó cuando Robert Eggers presentó La bruja fue su utilización de los planos como perlas solitarias. Cada encuadre presentaba una densidad y un vigor expresivo que se desentendían del terror comercial, tan atravesado por el ‹jumpscare›, la parodia o el exceso. Por ejemplo, destacó su regreso al plano contraplano para insinuar el mal endémico de una comunidad cerrada en sí misma, mientras le exigía un rigor estético muy marcado al apartado visual.
La bruja comprende un punto germinal de lo que termina siendo la puesta en escena de El hombre del norte, mientras que el duelo interpretativo y las analogías de El faro no ven resonancia más allá de alguna escena en concreto.
Vayamos al grano. La última aportación de Eggers, uno de los niños prodigio de lo que viene siendo esta nueva constitución del ‹blockbuster›, es un logro técnico con el que es difícil conectar emocionalmente. Por el momento, el director todavía no ha hallado el equilibrio propicio para destinar un gran presupuesto a un espectáculo de pan y circo. Construye una película atronadora, torpe y testosterónica.
Sin embargo, sus increíbles imágenes merecen ser analizadas con lupa. Si en Valhalla Rising, Nicolas Winding Refn inoculaba una mirada hacia el mundo vikingo que ondeaba hacia la trascendencia metafísica, Robert Eggers reinterpreta el argumento universal de la venganza en una sinfonía del músculo y la víscera. Refn pensaba en el cielo y Eggers ata a los personajes a la tierra, mientras la promesa del Valhalla va adquiriendo peso conforme el film se vierte sobre su cierre. La sombra de Hamlet se traduce en una historia que puede sonar a refrito, pero el empaque y los movimientos de cámara, esencialmente ‹travellings› frontales y laterales, permiten una gran inmersión y un alto grado de robustez visual. Cada imagen pesa igual que los cuerpos, porque El hombre del norte en sí es un gran cuerpo en movimiento que no deja respirar al espectador, pero está demasiado troceado. Las escenas que lo componen están interconectadas entre sí de forma automática, sin un ápice de épica.
En cierto modo también dialoga con la coetánea The Green Knight a la hora de imprimir una poética nihilista, sonámbula y de corte ancestral. La atmósfera buscada consigue golpear la retina del espectador del mismo modo que el príncipe nórdico blandir su espada, pero no hay correlación en los tonos. El ritmo trastabilla, muchos diálogos rayan en lo superfluo y el equilibrio entre relato lineal y alegoría va perdiendo fuelle.
Se puede pensar también en El renacido en tanto que se filma la odisea física de un hombre corrompido por el deseo de arremeter contra el verdugo, y de hecho hay similitudes en ambos cineastas a la hora de rodar el paisaje y hacer que sea un personaje más.
La cantante Björk encarna a una bruja tenebrosa, papel con el que ya lidió en la hermosa Cuando fuimos brujas, cuando todavía era una niña. En El hombre del norte su aparición es breve, pero decisiva para el tortuoso y elíptico camino del héroe. Anya Taylor-Joy, por su parte, parece que retome y prolongue el papel de La bruja.
Se aplaude también una tímida pero atractiva vuelta de tuerca en relación al conflicto materno —Nicole Kidman brilla— y puede presenciarse un combate final que es pura pintura barroca, quizá la escena más lograda del film en cuanto a escenografía y la mejor encarada desde la banda sonora, que demuestra de forma tajante que Eggers es un notable creador de imágenes. Un servidor presiente que tiene un largo camino por recorrer en la industria y que aprenderá mucho de este rodaje.