Escribir cartas de amor a un destinatario invisible es una de las experiencias más íntimas y sobrecogedoras que existe. Agraciados en lo literario o simples torpes de la palabra y la razón son capaces de desnudar sus sentimientos con un sentido claro sin importar los circunloquios que se empleen. El amor, por escrito, es siempre más puro, obsceno, magnificado y doloroso de lo que en realidad se siente. Al escribir una carta de amor, no hay sentido alguno de releer y corregir, o nunca llegaría a su destino, pues Antonio el obrero aprende de versos para expresarse cuando siempre fue de «nena, trae acá el anís» sin siquiera un «gracias» y Ana la catedrática muestra su cara ardiente y primitiva a algún alumno aventajado. Todo vale cuando queda por escrito y nadie más que el destinatario va a descubrir el sentimiento momentáneo, paladeado a base de pluma y tinta, de pasión sobre una hoja en blanco.
Basilio Martín Patino sabe aprovechar ese candor a corazón abierto, para recrear un retrato propio de una juventud impaciente por alcanzar la libertad de aquellos países que le rodean. Esta era su primera película, una capaz de sortear con elegancia la censura imperante metiendo continuamente el dedo en la llaga de aquello que conocemos como post guerra.
Nueve cartas a Berta utiliza ese aire epistolar que conquistó otros tiempos, a los que refiere a partir de los capítulos que crea para enumerar sus cartas y con la música recurrente de estilo medieval. Lo hace además con la voz en off de un entregado y jovencísimo Emilio Gutiérrez Caba, la esperanza sobre la que circula continuamente la película, pues como recién llegado de Londres escribe carta tras carta a esa chica de familia exiliada española para que le conozca a él, para que conozca las calles de Salamanca, para que descubra lo mundano y lo represor de una España tan atrasada y a la vez tan particular como era a principios de los 60.
Con un estilo ajeno al cine español del momento, donde pareciera hacerse eco de la ‹Nouvelle Vague› francesa y se mostraba un principal apego por la realidad documental, Nueve cartas a Berta sabe reconducir el amor, el que se escribe con letras grandes y oscuras, por todos los niveles de una relación (el entusiasmo inicial, el deseo, el descubrimiento de ideales, el desespero, la normalización) para hablar de una realidad, de la actualidad misma de un país en el que se puede pensar pero no compartir.
Así paseamos por las calles de una Salamanca majestuosa por sus piedras centenarias, cotidiana por sus gentes sencillas y peligrosa por todo aquello que ahora se intuye en sus formas pero no se nombra en ningún momento: ese desencanto de una juventud que no encuentra un futuro capaz de evolucionar bajo la opresión de la dictadura que en realidad no existe a ojos de quien no conozca el contexto en el que suceden los hechos.
Es gratificante descubrir el ingenio con el que el director combina esas necesidades de progreso que parecen querer alcanzar la luz del día con un retrato costumbrista realmente inspirado por su forma de rodar. Emilio Gutiérrez Caba narra en sus cartas lo que desea dar a conocer a su amada, algo que no siempre coincide con aquello que se nos muestra en imágenes, condicionando esa necesidad de vomitar todos los sentimientos del joven en un momento concreto, que nada tienen que ver con retomar una vida una vez conocidas las veleidades del mundo visto desde el extranjero. La forma en que rueda la película Basilio Martín Patino es cíclica, recurre a distintos efectos como barridos de imagen, instantáneas que convierten el entorno en postales o ligeras ralentizaciones del tiempo y el espacio para enfatizar ciertos comentarios, convenir una atención por parte del espectador que guste de lo artístico y lo reivindicativo, con un estilo muy fino, sutil e intrigante.
Las cartas de amor no se corresponden con una respuesta, por lo que este monólogo de Lorenzo, su protagonista, es único e idealizado, casi una marioneta que el propio director utiliza para mostrar su forma de entender esos años sesenta, donde convivían aquellos que sufrieron de pleno la guerra y los que vivían sus consecuencias indirectas, capaces de reclamar el olvido que sus mayores no pueden soportar. Hay cierta tristeza en su desenlace, un jarro de agua fría tan propio del amor como del paso del tiempo, que nos confirma que una carta de amor en el cine siempre tendrá ese toque de melancolía que la convierte en especial, intensa, digna de suspiro al terminar.
Porque aunque el amor parezca aquí una excusa para hablar de temas importantes y ajenos a estos sentimientos, es la vía principal del diálogo, ya sea a una Berta muda o a unas raíces que explotar con derecho propio.