Toshiharu Ikeda, fiel al desarrollo del pinku eiga y especializado personalmente en las venganzas en femenino consiguió dar rienda suelta a todo aquello que le apasionaba en Mermaid Legend (Ningyo densetsu, 1984) donde el agua se convertía en el elemento fluido que regeneraba su historia continuamente.
Esta “leyenda de sirena” nace de una pareja joven de pescadores, él negando favores a los grandes especuladores de terreno de la zona, ella enzarzada en pequeñas discusiones cotidianas con su marido. Con la comodidad de un inicio sosegado de drama, nos encontramos con la muerte abrupta, embellecida por el efecto el mar y sus ralentizantes movimientos, que dejan sola y perdida a la mujer. Bajo la promesa de un ‹revenge› épico, lo cierto es que Ikeda se aferra a la cocción lenta de la desesperación de su protagonista. Desde su cándida banda sonora se toma tiempo tanto para que el duelo continúe todos su pasos como para que los culpables afloren a la superficie.
La película reposa en el silencio de Migiwa hasta que decide cambiar el rumbo de los acontecimientos. Sexo, placer desaforado al que los dioses no han sido invitados y un despojo de culpa que invita a que la joven, sin perder la alianza de casa de su mano, como no pierde el agua como su elemento revitalizante, se tome la justicia por su mano. O simplemente consiga permanecer con vida.
Esa forma de calibrar la intimidad de la pérdida es un recurso ideal cuando el salvajismo hace acto de presencia: conocido el género y la época, los yakuzas, aspersores de sangre bañando cuerpos desnudos paredes y el universo entero si es necesario, y la violencia extrema sin censura alguna (dejando de lado lo de difuminar el punto de partida de la vida humana) son ya el centro de toda nuestra atención.
Migiwa va ganando en su ofensiva contra las grandes eléctricas —toda una heroína sería hoy en día— con la simple intención de conseguir el regreso de un marido pasto de los peces. Esto implica que cuanto más violento es su ataque, más distorsionada es la realidad. La joven se transforma en una máquina de matar nada fría y extremadamente calculadora que nada tiene que perder.
Mermaid Legend se nutre de recursos propios de la cultura japonesa para darle un sentido a todo este caos. Ya sean las oraciones en sus pequeños altares, las supersticiones de los pescadores o las cuidadas reverencias ante la muerte, el director aprovecha lo local para dar una entidad propia a la película, sin fallar cuando las muertes coreografiadas se ganan su derecho a ser protagonistas. Igual que demora la acción dando forma a la necesidad de una verdadera venganza, cuando esta llega a sus últimos compases se transforma en un festival. Sin segundas es una fiesta la que acaba tiñéndose de sangre en una consecución de largas escenas donde la cámara parece bailar al son del desacompasado avance de Migiwa, arpón afilado en mano. Estos baños de sangre son siempre purificados por su retorno, una y otra vez, al mar, que parece no desear su muerte, como si las plegarias de la joven pescadora, que dice no saber hacer nada más que pescar, fueran una elegía que deben compensar los dioses de algún modo.
Íntima cuando lo necesita y exacerbadamente extrema cuando la venganza se vuelve protagonista, Mermaid Legend es una pequeña sorpresa que convierte a una diminuta e inocente mujer en una máquina de matar capaz de todo para poder reunirse «por la fuerza de los mares» con aquello que más quiere. Sin perder por ello, claro está, el asqueante poder del hombre sobre todas las cosas, que no desaparece por mucho que se le apuñale.
Hacia el final el sentido de esa leyenda de una sirena surge para dar un aire poético a todo lo que se ha derramado con anterioridad, con un cierre tan triste como bucólico que parece romper con todo lo que representaba Toshiharu Ikeda a través de Nikkatsu, dejando un regusto agridulce por los vaivenes de la historia, siempre justificados por los oleajes propios de la noche.