Escribir sobre ciertas películas es como acudir a una sesión con el psicoanalista en la que el papel en blanco cumple el papel del profesional que atiende las reflexiones que el paciente comenta como forma de bálsamo para calmar la demolición interior que supuso el visionado de la obra. Cuando el domingo pasado terminé de ver La tienda en la Calle Mayor un sudor frío empezó a brotar de mi cuerpo sufriendo una parálisis emocional que me hizo incapaz de emitir una sola palabra durante bastantes minutos. El derribo afectivo que me provocó la última media hora de la película solo puedo compararlo cinematográficamente a los que me engendró el cine de Roberto Rossellini (Alemania año cero, El general de la Rovere), de Vittorio de Sica (El limpiabotas, Umberto D., El ladrón de bicicletas), de Robert Bresson (Al azar de Baltasar, Mouchette, Pickpocket) o películas como Dejad paso al mañana, Sibila, La Escapada o la más reciente Amour de Michael Haneke. Pero hay un elemento diferenciador en La tienda en la Calle Mayor con respecto a los ejemplos anteriormente mencionados: la primera hora y cuarto de la cinta checoslovaca adopta la forma de una sátira con escenas de alta comicidad costumbrista a las que se añade una bella relación de amistad entre un bonachón carpintero y una simpática viejecita para concluir con un brusco giro argumental (uno de los más crueles que jamás he visto en una obra cinematográfica) que deja helado el espíritu incluso de aquellos que posean un corazón a prueba de taladradora.
La tienda en la Calle Mayor se ha convertido en mi película favorita de La Nueva Ola Checoslovaca, aquel movimiento renovador surgido en los años sesenta caracterizado por la utilización de la sátira para criticar a la sociedad de la época con absoluta libertad e independencia y por romper con los patrones de filmación clásicos para producir historias moldeadas al libre albedrío del autor. Ha desplazado a los otros lugares del podio a las grandes Martillo para las brujas de Otakar Vávra y Diamantes de la noche de Jan Němec (película que posee vasos comunicantes con la obra reseñada al tratar el drama del Holocausto Judío desde una óptica diferente). Pero no solo ha pasado a ocupar ese lugar en el listado de películas de La Nueva Ola sino que la cinta de Jan Kádar y Elmar Klos se ha colado en mi TOP 10 de películas favoritas de la historia del cine por su realismo y sencillez y por la extraordinaria maestría que emplea para describir la condición humana más baja a través de un personaje amable incapaz de vencer moralmente el miedo que atenaza al ser humano cuando se enfrenta a situaciones que ponen en riesgo su propia existencia lo que le induce a utilizar el refugio de la ley para disfrazar la injusticia de sus actos.
Lo maravilloso de esta obra maestra es la aplastante sencillez con la que está filmada en la que el deseo de plasmar la realidad de manera atractiva para el espectador tiene un mayor peso que las pretensiones artísticas innovadoras de los autores. Ese es el gran acierto de la película. Kadár y Klos renuncian a cualquier intento de experimento adaptando los patrones realistas clásicos de narración al estilo checoslovaco por medio de la sátira. Esto otorga a la historia un resplandor de cotidianidad que asusta. Los personajes parecen sacados de cualquier pueblo que conocemos. Cuando presenciamos la escena de la cena familiar en casa de Tono a todos nos viene a la memoria la típica discusión familiar surgida entre tenedores y cucharas con dos copas de más. Los personajes emiten las debilidades que todos padecemos. ¿Aprovecharíamos la oportunidad de obtener un enchufe pecuniario a costa de la desgracia de otra persona caída en la fatalidad? En ese sentido la película guarda estrecha semejanza con la obra magna del cine español El verdugo de Luis García Berlanga con la que comparte no solo década de filmación (los sesenta) sino ese tono tragicómico transformado en profunda amargura en el tramo final.
La película comienza con una escena cotidiana en la que la cámara se desplaza como un ojo curioso a través de la Calle Mayor de una pequeña ciudad eslovaca ocupada por los Nazis. Una banda toca los acordes de una música popular checoslovaca al mismo tiempo que los habitantes del pueblo ataviados con ropa de Domingo cruzan sus caminos y se saludan amigablemente. Las caras alegres de los ciudadanos no reflejan la barbarie que las fuerzas fascistas están implantando en el lugar representada en la promulgación de una Ley Racial que impide a los judíos regentar cualquier tipo de establecimiento comercial. Kadár y Klos aprovechan el inicio de la película para presentarnos a Tono un humilde carpintero un poco pasota y de buenos sentimientos al que ni su mandona y ambiciosa mujer ni su perro hacen mucho caso. Tono es un personaje simpático y algo vago que siente una animadversión visceral hacia el Régimen Nazi y lo que representa debido a que su carácter vividor y despreocupado no casa con el perfil autoritario de las fuerzas de ocupación.
Tono vive fustigado por los continuos reproches de su mujer que le hace culpable de las penurias económicas que sufren por la obstinación del carpintero de no prestar sus servicios en favor del Régimen Fascista. A esto se añade el hecho de que gracias al alistamiento del cuñado de Tono en las filas de las fuerzas opresoras la situación económica de la familia política de Tono ha mejorado exponencialmente. Tono guarda una excelente relación con algunos miembros y simpatizantes de la comunidad judía y bromea con ellos sobre la estrafalaria torre de madera (denominada irónicamente Torre de Babel) que los nazis están construyendo en la plaza principal del pueblo. Es decir, Tono personifica a aquellas personas que rechazaron el Régimen Nazi sin tomar parte en acciones de resistencia activa y sus familiares simbolizan a los colaboracionistas que aprovechan la simpatía que sienten hacia el Régimen para enriquecerse a costa del sufrimiento ajeno.
Una noche la hermana de su mujer y su cuñado se presentan a cenar en casa de Tono presumiendo de la desahogada situación económica que el nuevo status social que disfrutan les ha otorgado. Consumada la cena en una borrachera, el cuñado de Tono le ofrece la oportunidad de regentar la mercería de la anciana señora Lautmann en virtud de la aplicación de una Ley de arianización que expropia a los judíos de sus negocios. Tono acepta la propuesta ofrecida por su familiar adivinando la posibilidad de negocio que se le brinda. Cuando Tono visita la tienda descubrirá que se trata de un negocio ruinoso administrado por una entrañable señora mayor sorda y un poco senil que desconoce la promulgación de leyes contra los judíos. Aunque en un primer momento decide renunciar al negocio el consejo de un amigo simpatizante de los judíos le hace permanecer en la tienda. Se hará pasar por el ayudante de la señora Lautmann para que ella crea que sigue tutelando el negocio y a cambio los judíos amigos de la anciana le pagarán una asignación por la ayuda prestada a la longeva mujer.
Tono sentirá un inmediato afecto por la señora Lautmann a la que percibe como una desvalida y melancólica viuda cuyos hijos, que viven en Estados Unidos, apenas se acuerdan de ella. De esta forma se establece una relación muy próxima a la de una madre y su hijo que servirá como cobijo a la soledad que sufren ambos personajes. En este tramo del film presenciaremos situaciones de alta comedia como por ejemplo la escena de la búsqueda de los botones que Tono es incapaz de localizar requiriendo la ayuda de la anciana que sabe de memoria donde se encuentra cada tipo de botón, las divertidas situaciones que se producen por la dificultad que tiene la señora Lautmann en pronunciar al apellido de Tono por causa de su sordera y emocionantes escenas intimistas entre Tono y la señora Lautmann que muestran el nivel emocional alcanzado en su relación.
Sin embargo la llegada de las Fuerzas nazis a la ciudad para celebrar la finalización de la construcción de la torre de madera y anunciar la expulsión de los judíos para trasladarlos a campos de concentración provocará un cambio radical en Tono que verá el peligro que le acecha si los soldados descubren que ha estado prestando ayuda a la comunidad judía. Tono se enfrentará al dilema moral de seguir protegiendo a la venerable señora Lautmann o salvaguardar su propia persona entregando a la anciana a los soldados para salvar su pellejo. Este dilema moral explotará en una espeluznante escena final de un patetismo estremecedor que desatará los escalofríos de los espectadores. La película culmina con un bellísimo plano onírico en el que ambos personajes vuelven a cruzar sus destinos en un lugar más acogedor que el que les ha tocado vivir.
La tienda en la Calle Mayor es una película que pone los pelos de punta debido a la realidad que desprende. Es un fresco naturista sobre las distintas personalidades que surgieron en los países ocupados por la Alemania Nazi, los dilemas morales que surgen cuando hay que elegir entre lo justo y lo legalmente establecido y los problemas de conciencia que estas decisiones provocan en la mente humana. Pero lo que me tiene enamorado y ha hecho que La tienda en la Calle Mayor se haya convertido en una de mis películas preferidas es la relación que se establece entre Tono y la Señora Lautmann. Destaco sobremanera las majestuosas interpretaciones de Josef Kroner e Ida Kaminska cuya conexión emana química por los cuatro costados lo que nos hace partícipes del cariño mutuo que desprenden sus personajes y nos provoca simpatía cuando somos testigos de las escenas más cómicas y una profunda melancolía en las escenas más introspectivas. Este sentimiento que gracias a la habilidad de la pareja de realizadores hemos adquirido a lo largo de la trama por los dos personajes principales es el que convierte el final en un estallido tremebundo que nos deja demolidos por dentro.
Este film es una muestra magistral del buen hacer del cine checoslovaco que fue capaz de reflejar el Holocausto Judío como nunca antes nadie se atrevió a filmar, es decir, utilizando los recursos de la comedia satírica para culminar en un drama de consecuencias desoladoras. Demoledora a la vez que bella el visionado de la película inducirá una sensación de vacío existencial que provocará una profunda reflexión al espectador sobre los valores y defectos de los que estamos hechos los hombres. Estas son las películas que marcan y hacen reflexionar sobre lo estúpido de la condición humana. No se la podrán quitar de la cabeza durante un largo tiempo. Quedan advertidos.
Todo modo de amor al cine.