«Todo lo que existe lo hace sobre una serie de ausencias
que lo preceden, lo rodean y le permiten poseer
consistencia e inteligibilidad»
Mark Fisher
Apuntaba Gilles Deleuze que tras la Segunda Guerra Mundial, el cine empieza a expresar la disyunción de lo que se creía unido, la salvación que llega tarde. Con la Imagen-Tiempo se materializan nuevas formas de experimentar la memoria y la melancolía. El cortometraje Pedro M, 1981, primera incursión del realizador Andreas Fontana en materia de documental, se abre con las imágenes en formato de vídeo de unos niños en la playa, que rápidamente aluden a un recuerdo de quién será la narradora. No únicamente eso, sino que también siembran una duda de partida. ¿Dónde está mi padre?
Según se cuenta, Pedro M. fue un camarógrafo de la televisión española que grabó el intento de golpe de estado del 23F, y su hija, que ha crecido sin conocerlo, necesita saber quién fue realmente.
«No he vuelto a esas imágenes —las del atentado—, pero me las sé de memoria», relata un interlocutor de ella.
Si el documental de Núria Giménez Lorang, My Mexican Bretzel, recopila y reconstruye fragmentos de vídeo casero para revelar la verdad a través del artificio, Pedro M, 1981 pone en diálogo imagen filmada e imagen de archivo para marcar la ausencia de la figura paterna, para abrir una brecha que le da sentido al discurso.
Al fin y al cabo, la primera cinta del cineasta busca una imagen que no existe, la del padre, y es precisamente en este gesto de articular un relato en base a esa falta que Pedro M, 1981 deviene un documental a tener muy en cuenta. Félix Guattari describe nuestros tiempos de ‹mass media› como aquellos que traducen un imaginario de eternidad, sin pasado ni porvenir, soslayando la finitud y poniendo el foco en lo virtual, donde todo es visible. ¿Pero y lo que ha quedado invisible, como las imágenes del padre?
Otros pensadores, desde Benjamin hasta Kracauer, hacían hincapié en el valor de culto de las fotografías y de las imágenes, pues este tiene su último refugio en la veneración del recuerdo de los seres humanos queridos, lejanos o fallecidos. Una persona no muere hasta la última persona que la conserva en la mente, y Pedro M, 1981 se ciñe a llevar a escena esto mismo.
Para ello, como decíamos, se emplean imágenes de archivo, como el asalto al hemiciclo del coronel Tejero y sus prosélitos de la Guardia Civil, pero también se insertan planos de atardeceres y primeros planos de los entrevistados, que puestos en comunión, hacen de la pieza algo muy bello en términos visuales. Al final, no deja de ser una pequeña reivindicación para la deferencia hacia las raíces familiares, que si bien no siempre pueden ensamblar imágenes, en todo momento velan por la conservación de la identidad individual. Pedro M, 1981 está dedicado a la memoria personal, pero también colectiva, en este caso la de un país como España, que no debe condenarse al eterno presente que nunca mira por el retrovisor.
Ya se puede ver en pantalla la nueva intriga política del director, Azor, ambientada durante la Dictadura Argentina. Un título que también emplea la fijeza de los planos como elemento básico de la representación y la idea de ausencia de un personaje como detonante de la historia. Tanto en el documental como en esta ficción recién salida del horno, la política actúa de catalizadora a la par que de trasfondo, porque atendiendo a lo que hemos visto hasta ahora, Fontana se inclina mucho ante el trabajo estético de sus películas y, por el momento, en un gesto humilde, deja que su contenido se asemeje a otro tipo de films. Tanto en Pedro M, 1981 como en Azor da la sensación que el paso de los minutos permite que los relatos vayan ganando complejidad emocional y frondosidad narrativa, sin precipitarse hacia el tedio o el subrayado innecesario.
Será entonces cuestión de tiempo que encuentre su voz particular en los alvéolos del panorama de autor contemporáneo.