Estamos en una época rara. Son tiempos extraños. Pandemia, ‹fake news›, manifestaciones pro-libertad capitaneadas por la extrema derecha. Una era de avance tecnológico y científico y, al mismo tiempo, vivimos una oleada de magufismo, de poner en duda evidencias con la aparición de los anti-vacunas o los terraplanistas por poner dos ejemplos. Por otro lado, asistimos a la irrupción de lo ‹woke›. Una suerte de progresismo desnortado donde desde posiciones razonables se ha acabado por establecer una especie de tribunal de la moralidad donde cualquier cosa, presente o pasada, se pone en tela de juicio en aras de una presunta igualdad y respeto.
Y entre todas estas contradicciones emerge la sexualidad. Vivimos en una sociedad hipersexualizada. Y ya no hablamos de lo explícito o pornográfico a lo que se puede acceder con facilidad en internet, hablamos del culto al cuerpo, la exhibición de la perfección corporal en anuncios o en clips musicales. Una invitación en toda regla (y también un generador de frustración) a la consideración del sexo como sublimación del triunfo total.
Radu Jude recoge el guante de estos tiempos y los expone en un film atrevido en su estructura, irregular en su desarrollo pero que, finalmente, acaba resolviendo de forma más que satisfactoria en cuanto a diseccionar de forma tan acerada, precisa y esperpéntica, la absurdidad, y por ende, la gravedad de los tiempos que corren. Estructurada en tres actos principales más un prólogo y epílogo, Jude pone sobre el papel las consecuencias de la filtración de un video sexual casero y las consecuencias a nivel social que ello comporta para la afectada.
En un primer acto brillante, Jude acompaña a la protagonista a través de diversas situaciones cotidianas, casi una nada rutinaria, pero donde ya se dibujan pinceladas de la agresividad, individualidad y falta de empatía social. Un viaje, por así decirlo, que tiene un aire contextual tan vago como necesario para ponernos en situación. No funciona tanto el segundo, que casi a modo de valle, da un repaso alfabético a conceptos arraigados en la sociedad rumana. En ellos ya aparece una mezcla de objetividad diccionarial mezclada con un revisionismo que puede distorsionar el valor otorgado a la palabra, a su significado, a su repercusión ética.
Finalmente, Jude opta en el tercer acto (y su epílogo) por poner todas las cartas sobre la mesa y someter a un juicio literal a su protagonista a través de las críticas y comentarios de una representación social de la Rumanía actual. Militares, profesiones liberales, la iglesia, minorías raciales, intelectuales y el ciudadano medio (eso que popularmente se conoce ahora como cuñado) quedan retratados de una manera quirúrgica y a la vez brutal. Lejos de aplicar la ironía, el director rumano opta por ser despiadado en su dibujo. Lo paradójico, lo que provoca risas nerviosas, es sentir como aquello que parece una hipérbole paródica es en realidad casi un pedazo de realidad arrancada más allá del celuloide. Los discursos patrióticos, la homofobia, la exaltación del fascismo por un lado versus una intelectualidad impostada se citan en una exhibición de hipocresía social donde la sexualidad es aparentemente el foco, el motivo de ofensa, pero no es más que una excusa para poner en la palestra la degradación ética que estamos viviendo.
Un polvo desafortunado o porno loco podría calificarse de cine social, pero también algo muy parecido a esos teatros de marionetas donde el conflicto se solucionaba a golpes. Una mezcla que no deja de ser un reflejo exacto de nuestro mundo: palabras, discursos, conceptos que se pierden en lo vacuo y que, finalmente, se resuelven con una violencia que puede ser tan oral como el sexo, tan física como un polvo. Un estado del malestar que puesto en el espejo nos da una imagen tan graciosa como preocupante.
Puedes ver Un polvo desafortunado o porno loco en Filmin:
https://www.filmin.es/pelicula/un-polvo-desafortunado-o-porno-loco