The Pit es una película bonita y triste que, pese a adolecer de no pocos problemas, logra ganarse la simpatía del respetable. La sinopsis la vende casi como un thriller turbio con niño problemático en su centro. Hay ciertamente un chaval que acarrea una situación familiar compleja y difícil, pero no estamos en el territorio perturbador y áspero de un Michael Haneke, por poner un ejemplo, sino en el de esos suaves, luminosos, relatos de aprendizaje e iniciación en los que la infancia entra en contacto con un mundo adulto marcada por la desesperanza, el dolor y las heridas del pasado. El núcleo de la trama, y sin duda el aspecto de más valor de la película, reside precisamente en la relación que establece el protagonista con una anciana lesbiana que vive recluida y apartada de los demás, figura basada en el arquetipo de la vieja huraña a la que todos temen pero que en realidad alberga no sólo un corazón noble y honesto, sino una historia de soledad forzosa que pone de manifiesto el daño y la terrible herencia de injusticia y sufrimiento que acarrean aún muchas personas por culpa de su condición sexual.
La debutante Dace Puce desarrolla este extraño vínculo entre dos pájaros heridos (él, hijo de un padre esquizofrénico y suicida; ella, repudiada por ser homosexual en un contexto en el que ello implicaba repudio y vergüenza social) con buena mano, en un estilo narrativo placentero y dulce, pero sin llegar a la cursilería, y manteniendo como leitmotiv la construcción de una vidriera erigida en honor al amor de juventud de la anciana. Todo fluye y transcurre por los cauces esperados, sin sorpresas ni sobresaltos, lo cual puede suponer un hándicap, pero al mismo tiempo calculando con mano hábil las dosis de humor y tragedia, de ilusión y tristeza, que debe bañar esta amistad tan mal vista por el entorno social de los dos personajes, lo cual hace que tenga una resonancia emocional más que notable, y que sus criaturas resulten cercanas y queribles para el espectador.
Más cuestionable resulta su dispersión narrativa. En una trama paralela, Puce denuncia el maltrato que sufre la tía del joven a manos de su marido, sujeto violento y alcoholizado sobre el que recae buena parte de la tensión de la película. También dedica tiempo a retratar los esfuerzos de una odiosa vecina por ensuciar la imagen del joven protagonista, intentando convencer al resto del pueblo de que alberga pensamientos psicopáticos que pueden desembocar en peligrosos arrebatos de violencia contra el resto de niños. En mi opinión, aunque ambas traman tienen su interés y contribuyen a denunciar la hipocresía y la miseria de un universo adulto castrante y lleno asimismo de secretos vergonzosos, restan al mismo tiempo sutileza al conjunto e incluso chirrían, en el caso del episodio de violencia machista, respecto a la trama principal de la película, especialmente porque dicho episodio culmina en un golpe de guion algo tremendista que podría haberse evitado.
Dicho esto, The Pit funciona aceptablemente bien en líneas generales como tierno relato de descubrimiento de un mundo adulto nada halagüeño, un poco en la línea de La lengua de las mariposas, aunque sin su tremendo puñetazo final. Aquí prima el optimismo: aunque hay drama y tristeza, los personajes aprenden cosas valiosas sobre ellos mismos y sobre los demás, incluidos los personajes más despreciables, y es asimismo inteligente el modo en el que Puce subvierte las expectativas del espectador y convierte un elemento tan amenazante como un cuchillo en un instrumento de salvación que conduce a la redención de uno de los personajes secundarios (aunque sea a costa de forzar en exceso la credibilidad del propio relato). Aunque, por encima de todo esto, está la notable interpretación de Indra Burkovska, que compone un personaje tan entrañable como el de la anciana sensible, hosca y ermitaña, en una interpretación que parece hecha sin esfuerzo, pero que se acaba quedando en la memoria del espectador.