La nueva película de Michael Winterbottom recoge a los dos personajes principales de una de sus anteriores películas, concretamente los actores Steven Coogan (24 Hour Party People) y Rob Bryndon (muy popular por sus trabajos en la series británicas y la radio) de la comedia Tristram Shandy: A Cock and Bull Story, aunque más que una segunda parte al uso, es una continuación tanto temática como espiritual de dos personajes que ya habían sido definidos a la perfección anteriormente en una de las mejores obras del cineasta británico.
En la cinta los encontramos embarcados en un viaje por el norte de Inglaterra gracias al contrato de Steven con un periódico de tirada nacional por el que visitan seis lugares diferentes y degustan los platos especiales de los restaurantes a los que asisten. Estamos ante una ‹road movie› cuyo personaje principal, Coogan, termina definiéndose no por los encuentros con distintas personas ni por las localizaciones, sino por ese “amigo” odioso que es su compañero de infortunios, un perfecto Bryndon que se muestra como la antítesis de nuestro héroe.
Mientras el primero es un cierto actor de renombre en horas bajas que lucha por agarrarse a la cima de la fama al precio que sea, que va de mujer en mujer, perdido por la vida sin nada a lo que atarse y mostrándose como una estrella endiosada dispuesto a recordarte en todo momento quien es (o quien fue, mejor dicho), el segundo es un sencillo padre de familia que trabaja sobre todo en la imitación de famosos en programas populares, pero alejado del ‹star system› mediático. Esta guerra de personalidades e incluso de formas de ver la profesión, pues al fin y al cabo ambos son actores a su manera, es el aparente motor de un filme de humor muy particular.
Habría que señalar que Winterbottom nos regala otra película (y lleva 16 en apenas 13 años, ahí es nada) desprovista de adornos o de recursos narrativos varios; estamos en una película sencilla y simple, aligerando todo el material hasta dejarlo en los huesos, simplemente en dos tíos totalmente diferentes que comen y hablan durante 6 días. Mejor dicho, comen, hablan e imitan a otros actores en una guerra sin cuartel que cansará a más de uno tras una primera parte fresca y divertida.
Pero esa repetición, sobre todo por parte de Bryndon, caracterizado como un buenazo, amigable y simpático pesado, o al menos así los vemos desde los ojos de nuestro protagonista, esconde finalmente una intención más profunda de lo que podría aparentar. Precisamente esa palabra, aparentar, es lo que da significado a una obra donde los dos protagonistas están en todo momento aparentando ser otra persona. El más obvio es Bryndon, poniendo voces a todos los actores de las islas mundialmente conocidos, pero Coogan no se queda precisamente atrás. Puede que él no esté imitando todo el tiempo las voces de otras personas, aunque también cae en la tentación para intentar humillar a su fiel amigo en más de una ocasión, pero en todo momento se nos muestra claramente interpretando un papel, sobre todo delante de su compañero de infortunio. Intentando mostrarse como una buena persona y mejor actor, se retrata mezquino y casi infantil, aunque en el fondo y eso es gracias al final que da sentido a todo, queda claro que es un hombre atrapado entre lo que debe ser, quien es en realidad y lo que le gustaría ser. Los personajes de cualquier cinta quedan retratado no por lo que dicen, sino por lo que hacen (la acción siempre es más idóneo que la palabra para retratar a un personaje, algo viejo en esto del mundo de la interpretación y el guión) y con la conclusión última de la película Coogan termina por despojarse la doble mascara que lleva puesta a lo largo de todo el filme enseñando su verdadero rostro; el de un hombre adulto que vive en la más absoluta soledad, remarcando aún más, el contraste con el Bryndon.
Coogan sólo sueña con triunfar en Estados Unidos pero a la vez siente celos de la sencilla felicidad de su amigo, lo que le hace infeliz a la hora de elegir cualquiera de los dos caminos que tiene delante. Su odio hacía él, disfrazado de mezquindad, está lleno de humanidad.
Es por todo esto que el relato huye de cualquier otro elemento, salvo para remarcar la personalidad de cada uno de los dos actores, para centrarnos en esa falsa relación de amistad entre dos hombres, donde el primero queda definido y bajo el influjo del segundo. Algo tan aparentemente sencillo como difícil de transmitir en una pantalla.
Comedia de humor seco, llena de juegos de espejos entre el mundo fílmico de los protagonistas y el auténtico (pues ambos interpretan una cierta visión de ellos mismos), donde se juega a no presentar a los dos actores de golpe, como si el primer acto donde se suele localizar la presentación quedará delegada a esa anterior cinta que mencionaba antes (Tristram Shandy: A Cock and Bull Story. Vuelvo a remarcar, uno de los mejores trabajos de Winterbottom) y luego se entrará en un bucle infinito de repetición de actos hasta hastiar a buena parte de los espectadores con una conclusión que puede pasar desapercibida (y que termina por dar significado a todo lo visto, ojo).
Ya lo dije antes, muchos saldrán de la peli diciendo que han visto a dos tipos comiendo, hablando de nada en general y sobre todo imitando voces todo el maldito rato hasta conseguir acabar con la paciencia de más de uno.
Pero en fin, yo estoy convencido que la idea de esta obra salió de aquellos dos minutos finales de Tristram Shandy donde ambos personajes se ponían a imitar voces en una sala de cine vacía. Con ese concepto de partida, Winterbottom desnuda su historia hasta el mínimo para ofrecernos una radiografía de un personaje tan atormentado como perdido y solitario frente al reflejo de su propia existencia como actor.
Y si les mola la cinta, recordamos que incluso hizo una serie de televisión de seis capítulos donde se cuenta prácticamente lo mismo pero con más metraje.