Nos enteramos del triste fallecimiento del realizador ruso Aleksei Balabanov. ¿No te suena su nombre? Bueno, es normal. Sus películas nunca llegaron a España por canales comerciales y lo más cerca que ha estado de tener una pequeña ventana de exhibición fue una retrospectiva que se le dedicó en 2009 en el Festival de Cine de Gijón. No era sin embargo un extraño dentro de este circuito, donde presentó trabajos en certámenes como Montreal (2002), Gijón (2007, 2010) o Sevilla (2012).
Autor de docena y media de películas, inició su andadura en 1991 con la sátira Happy Days (Schastlivye dni). Sólo seis años más tarde le llegaría la confirmación definitiva con la primera entrega de la saga Brother (Brat), en la que el malogrado actor Sergey Bodrov Jr. interpretaba el papel principal en una historia que unía problemas como los efectos de la guerra y la mafia rusa y su poder sobre la sociedad. Tendría una secuela en el año 2000, pero antes de esa filmaría una película-isla, única en su especie, que jugaba con el erotismo para reimaginar el inicio del porno en la Rusia de inicios del siglo XX. Of Freaks and Men (Pro urodov i lyudey) hacía uso de tonalidades sepia para mostrar la imagen “antigua”, además de prescindir prácticamente del diálogo e incorporar elementos como un par de hermanos siameses. Todo esto para enrarecer un ambiente que ya de por sí estaba cargadísimo.
Con The War (Voyna), estrenada en 2002, seguiría explorando las heridas abiertas que generan los conflictos bélicos en el ser humano, de forma mucho más directa que en Brother. Aquí el punto de vista era el de varios soldados en plano conflicto, mostrando sin cortarse ni un pelo la crudeza de la guerra. Después de este film inició una etapa un poco más luminosa, al menos en sus dos producciones siguientes. Si bien la notabe Dead Man’s Bluff (Zhmurki) volvía a abordar temas como la mafia, lo hacía desde un punto de vista desenfadado (sin llegar a convertirse en comedia) muy cercano al de Quentin Tarantino o en menor medida Guy Ritchie. Un año después filmaría el drama romántico It Doesn’t Hurt (Mne ne bolno), que pasó bastante desapercibido. Quizá por esta situación sus últimas cuatro películas son tan oscuras, áridas, y se pueden entender como ejercicios de exorcización de sus propios demonios.
Cargo 200 (2007, imagen inferior), Morphia (Morfiy. 2008), The Stoker (Kochegar, 2010) y Me Too (Ja tozhe khochu, 2012; estrenada en Sevilla el pasado año) cierran una carrera de altibajos pero muy fiel a la personalidad de su creador. Balabanov hacía un cine crudo, quizá algo sucio pero de gran potencia visual, árido y poco complaciente con el espectador, sin que esto significara que sus películas fuesen difíciles de ver desde un punto de vista estructural o temático. Al abordar problemas como los lazos familiares, las secuelas de la guerra, los dramas históricos totalmente ausentes de ambientaciones estrafalarias, muy a ras del suelo, o la mafia, con un acercamiento similar al que hace Takeshi Kitano con la Yakuza, queda claro que no era un director luminoso. No pretendía hacértelo pasar bien y dejarte volver a casa, sino enseñarte algo, que el visionado de una de sus obras te impidiera dejar de pensar en ellas al salir del cine.
No sorprende la muerte de Balabanov tan joven, no obstante. Un paro cardiaco y 54 años. Sirva una anécdota de su estancia en el Festival de Cine de Gijón como ejemplo: durante su estancia en la ciudad asturiana, el realizador se dedicaba a emborracharse antes de presentar sus películas. Un día antes de hacer la presentación de Morphia, Balabanov y su esposa se fueron a la playa y se metieron en el agua con toda la ropa. El festival tiene lugar en noviembre y Gijón no es precisamente conocida por su clima cálido tan cerca del invierno; así que podéis imaginar cómo de fría estaría el agua. Para presentar el film, Balabanov acudió completamente borracho, pronunció unas pocas palabras y se sentó en una de las filas delanteras para ver su película. No tardó en irse, dando tumbos, pasado un rato en el que —presupongo— se había quedado dormido.
Alexei Balabanov (1959-2013) murió joven, pero todo lo que vivió lo hizo a su manera, sin restricciones, haciendo un cine fuera de los moldes y totalmente coherente con su forma de ser. Si queréis saber más sobre él, además de recomendaros ver su cine (por supuesto) no queda más que recomendar un fantástico libro que el periodista Jesús Palacios publicó con motivo de su retrospectiva en Gijón: Alexei Balabanov. Cine para la Nueva Rusia.
Balabanov. Cineasta interesante y creo que coherente con su forma de ser.
Para mí su obra cumbre es » De monstruos y hombres «. Visualmente potentísima y con una historia tan trágica como interesante.
» The river». Me parece una obra filmada con estilo documental muy elaborado. En una cabaña perdida, toca el tema de la lepra y el aislamiento social. Fiel a sí mismo. De una descarnada crudeza.
» Morfina». Es otra película impactante del cineasta Ruso. Con planos de un realismo desnudo y brutal y una atmósfera muy lograda e inclemente. El final sorprende.
» Me too » fue su última película. Sabía que iba a morir, la muerte ya le acechaba. Y ese es el tema que narra. 5 personajes al margen de la sociedad , buscando el lugar de otra vida…. Sugerente. Y con momentos divertidos por lo grotesco.
Continuaré visualizando el resto de su obra.