Es muy conocido el estilo de los musicales de Hollywood que se desarrolló en las primeras décadas del cine sonoro, en donde se crearon películas llenas de glamour, con tramas cómicas o dramas ligeros, y, sobre todo, repletas de canciones románticas o movidas, bailes sincronizados y zapateos. Fue el instante propicio para el lucimiento de artistas de la talla de Fred Astaire, Gene Kelly, Ginger Rogers, Judy Garland, Cyd Charisse y Rita Hayworth, entre otros.
No obstante, en esa etapa, hubo también otro tipo de propuestas para el cine musical que no alcanzaron el alto grado de popularidad que las referidas anteriormente, pero que poseían un interesante estilo innovador u original. Una de ellas es Carnegie Hall, rodada en 1947 por Edgar G. Ulmer.
El Carnegie Hall es una de las más famosas salas de conciertos de Nueva York. Fue fundada en 1891 y por sus escenarios han pasado las mejores orquestas del mundo, grandes compositores, pianistas, violinistas, solistas con voces privilegiadas, etc.
La película de Ulmer cuenta la historia de Nora Ryan, una migrante irlandesa que realiza labores de limpieza en el reconocido lugar. Allí conoce a Tony Salerno, un apasionado y rebelde pianista, con quien se casa, pero enviudará al poco tiempo. Ella irá mejorando en su posición laboral e inculcará a su hijo para que siga las huellas de su padre y triunfe en el estilo de música clásica o sinfónica, pero a él le apasiona más el ritmo bailable.
En realidad, este relato no es lo importante del film, es más un pretexto argumental para destacar el ambiente del Carnegie Hall y ubicar al espectador melómano en plena platea, por varias ocasiones, para que presencie exquisitas presentaciones musicales, llenas de refinamiento y buen gusto.
Este es el principal atractivo de la película. Ulmer es muy reiterativo en dar protagonismo a orquestas y solistas en programas musicales completos, sin interrupciones. Impone un gran respeto hacia este tipo de arte, y para ello contó con los mejores talentos de la época.
La inmensa calidad musical de Carnegie Hall estuvo representada por notables personalidades, como el polaco Arthur Rubinstein, uno de los mejores pianistas del siglo XX, que construye un momento mágico con sus interpretaciones de la Polonesa en la bemol mayor Op53, una de las grandes composiciones de Chopin, y la Danza ritual del fuego, de la famosa obra española El amor brujo de Manuel de Falla; también destaca el ucraniano Gregory Piatigorsky, uno de los grandes virtuosos del violonchelo, entonando El cisne, de la suite musical El carnaval de los animales, de Saint-Saëns; figura además Leopold Stokowski dirigiendo, con su particular estilo, la Orquesta Sinfónica Filarmónica de Nueva York.
En la película también se hace referencia y se rinde homenajes al maestro ruso Piotr Ilich Tchaikovski, quien en la vida real participó en el concierto inaugural del Carnegie Hall, en 1891, y en la trama de la película fue quien influenció en el gusto musical de Nora Ryan desde que era niña.
Pero la calidad de las presentaciones no termina aquí, Ulmer no solo dio protagonismo a la música instrumental sino también a las grandes voces. Puso en escena a las sopranos Risë Stevens, quien interpreta una parte de la ópera de Samson et Dalila y una seguidilla de la obra Carmen, de Georges Bizet; y Lily Pons, que interviene con creaciones de Delibes y Rachmaninoff. Del mismo modo, actuó el bajo lírico italiano Ezio Pinza, con Don Giovani, de Mozart; y el tenor estadounidense Jan Peerce, entonando el luminoso O sole mío, de Capurro y Di Capua.
Esta película no fue concebida para todos los públicos, sino para aquel espectador selecto que gusta del estilo clásico, de la sinfonía, la tocata o la ópera. Sin embargo, uno de los mensajes que se trata de posicionar en Carnegie Hall es el saber relajarse para disfrutar de bellas composiciones, así no se conozca a fondo sobre este arte.
La pasión está también en el cine.