El cineasta gallego Pascual Sisto ha debutado este año en el largometraje con John and the Hole (presente en la pasada edición del Festival de Sundance), llevando a la pantalla un guion del prestigioso Nicolás Giacobone (responsable de libretos como Biutiful o Birdman), quien adapta su propia historia El Hoyo. En ella se propone un viaje sistemático a través de la personalidad de John, un joven que asiste pretérito a algunos de los entresijos de su adolescencia, pero con el foco puesto en su venidera madurez; su cotidianidad tendrá un punto de inflexión, premisa central de la historia y de la que es inevitable sentir una sensación perversa: una mañana decide drogar a su familia, arrojándolos a un bunker de cuantiosa profundidad, en una zona boscosa alejada de su cómoda mansión de clase alta. Su contacto con ellos se reduce única y exclusivamente a periódicos suministro de agua y alimento; no hay comunicación oral, tan sólo esporádicas visitas. La inquietud crece a medida que como espectadores, situándonos desde una perspectiva no muy alejada a la de la familia recluida, intentamos construir ese vacío mental que parece resurgir del joven John; la ambigüedad de sus intenciones, la malignidad implícita de sus acciones y el desconcierto generalizado son las tres bazas que John and the Hole utiliza, sintiéndose bien administradas desde la narración.
Película en la que es muy evidente captar sus referencias, en un tono que rápidamente nos traerá a la mente esa mordacidad hacia lo terrorífico tan propia de cineastas como Michael Haneke o Yorgos Lanthimos, quizá aquí no tan incisiva, pero siendo fiel a su concepto de fábula estremecedora. Para desarrollarla, Sisto utiliza un arma tan valiosa como arriesgada, la constante confusión, que utiliza para hacer evolucionar su concepto durante sus 100 minutos de duración. Hacia este éxito conviene valorar en su medida varios factores: la eficiente interpretación de su protagonista, Charlie Shotwell, capaz de ofrecer estoicismo corpóreo a los retazos del desconcierto que pretende inspirar su personaje, punto neurálgico de la historia; conviene señalar también la homogénea sensación que la película tiene para generar una cinta de clima desasosegante perpetuo, no intentando, bajo artificios, empoderar el film de secuencias de impacto que supusieran una argucia que pudiera adulterar sus pretensiones escénicas; por último, es destacable la labor que el film, aunando el trabajo de Sisto con el del director de fotografía Paul Ozgur, a la hora de trazar sus perímetros estéticos al espacio. A este respecto la sensación claustrofóbica de esa familia recluida en un bunker es extrapolable al exterior (un abierto y frondoso bosque, además de la ampulosa casa familiar), cuyas formas se pervierten para escenificar un marco ambiental abrumador, dominado por quien capitanea la historia de la película: la mentalidad de John. Ozgur utiliza para ello, y muy sabiamente, los 4:3 como formato de pantalla, además de unos componentes lumínicos ásperos y grisáceos.
A medida que se vayan sucediendo ciertos acontecimientos, descubriremos que John and the Hole juega alegóricamente con un miedo tan primitivo como la fobia a crecer, o la llegada de esa inevitable madurez que aquí se nos comunica a través de los actos donde John, con el fin de evitar sospechas sobre su secuestro, tiene que adoptar costumbres y actos de la edad adulta. El joven es un personaje sobre el que se nos dan ciertas pistas al inicio de la trama (especialmente en su relación tanto con sus padres como profesores), para luego delimitar sus otras inquietudes, algo menos habituales, pero sí incómodas de comunicar: su curiosidad hacia la muerte le lleva incluso a practicar ciertos juegos macabros, como ese de aguantar sumergido en el agua cuando se entretiene con su piscina. Con todo, es una cinta que tanto en lo estilístico como especialmente en lo temático tiene delimitaciones muy marcadas como película de género que ofrece al espectador dosis de comedia incómoda, palpables especialmente en las visitas de John a su familia. Se degusta como una cinta cuyo trabajo para la tensión se inspira en una mórbida contemplación, basada en una construcción conceptual interna que infunde perspicacia. Aunque se pudiera echar en falta una mayor interacción penetrante con algunos de sus propósitos, la trama trabaja en una zona de confort construida con un andamiaje formal que es leal a si mismo en todo momento. Y en un género hoy tan ambivalente como el thriller perverso, esto se degusta como un acierto en toda regla.