Después de El hombre perfecto (2015), la pareja fílmica formada por Yann Gozlan (tras las cámaras) y Pierre Niney (frente a ellas) vuelve a los cines con la película Black Box, un thriller que gira en torno a la investigación de un accidente de avión mediante el análisis de la caja negra del mismo por parte de Mathieu, que así se llama el personaje interpretado por Niney, un joven y talentoso analista con mucha seguridad en sí mismo, aunque con cierto Toc que le impide ser demasiado sociable. Así, lo que en principio debía ser un trámite administrativo más dentro del día a día laboral del protagonista (un piloto frustrado con un oído bastante desarrollado), acabará convirtiéndose en una cinta de intriga donde el papel del sonido es fundamental en el desarrollo argumental dentro y fuera de la pantalla.
Teniendo en cuenta esta premisa, es preferible no contar mucho más de la trama para que, quien la vea, pueda ir haciéndose una composición de lugar propia a medida que ésta avanza. Gozlan va dejando pistas mientras nos regala la vista y los oídos con una dirección sutil pero tensa, un diseño de sonido de primer nivel y un guion bien ejecutado con un gran ‹tempo›, combinados en una película con un tono superior al promedio. Y desde el primer minuto, porque Black Box está repleta de virguerías audiovisuales y es capaz de atraparnos ya con la primera escena —que precede al accidente que posteriormente se investigará a lo largo de sus 2 horas de duración—. Por eso, si eres de los que sienten aprensión cuando se suben a un avión, te recomiendo ver la película en un cine o con unos buenos altavoces o auriculares. Verás lo rápido que viene el hormigueo y el mal cuerpo por momentos.
Porque Gozlan juega constantemente con el exceso de ruido y con el aislamiento acústico, aunque también con lo que creemos que nos va a contar, huyendo de efectismos, pero sabiendo que el espectador se los espera para hacer un ligero uso de todos ellos. Le basta con eso para dejar sin aliento, mientras el giro de guion tan previsible sigue sin llegar, pero lo estamos sintiendo. Se deleita en el cliché, en lo que es completamente predecible, para después utilizar la información en beneficio propio (de la película). Por eso encantará a los fans del cine hollywoodiense clásico de detectives e intriga. Aunque, al mismo tiempo, esto sea algo que pueda desesperar a muchos, por considerarlo de mal gusto, pero es innegable que, una vez dentro de su juego, funciona como un reloj la mayor parte del tiempo. No en vano, la paranoia (y la duda entre lo que es real o imaginado) que crece mientras avanza la investigación ayuda a que la película gane en interés, a pesar de su extensa duración.
En resumen, excelente y cautivador thriller franco-belga de principio a fin, que nos sumerge en la paranoia del personaje principal y en la duda constante. Con una puesta en escena inventiva, que además de poner el sonido en el centro de la película, consigue que nos sintamos parte de la investigación. Gracias no sólo a la fuerza visual (y sonora) que aporta el director, sino también por las actuaciones del ya mencionado Pierre Niney y de Lou de Laâge, la carismática Sarah de Respira (2014, Mélanie Laurent), cuyo personaje nos hace dudar incluso más si cabe sobre todo lo que vemos.
Detalle sin mucha importancia: tanto el personaje protagonizado por Pierre Niney en El hombre perfecto como el de Black Box se llaman Mathieu Vasseur, aunque (creo que) eso sería todo lo que tienen en común.