Hay un “niño de Elche” que no canta, al menos de forma profesional —no sabemos cómo ameniza sus duchas—, pero que sabe convertirse sin expectativas concretas, en el gran embajador de sus calles. Porque Elche, además de una dama con sendas ensaimadas laterales en la cabeza fugada desde hace años de su procedencia, tiene descampados, solares, terrenos, edificios y, en todos esos lugares, habitantes. Y eso, el de Elche, ya un hombre, lo ha sabido destacar como nadie.
Hablo, desde el puro desconocimiento y la absoluta curiosidad que me causa personalmente, de Chema García Ibarra, nacido en Elche —para que no se olvide, ni por asomo, ese dato tan importante—, que estrena esta semana su primer largometraje Espíritu sagrado y del que solo conozco sus dicciones más breves, propias de entremés a mesa puesta, que alimentan de maravilla.
Es difícil elegir uno de sus cortometrajes, más cuando en Protopartículas un hombre no se quita el casco para seguir respirando, en Misterio las señoras experimentadas visten ropajes de leopardo abanico en mano y en La disco resplandece las zapatillas brillan, pero por fidelizar una esencia y una forma concreta de hablar de lo divino y lo mundano, me voy a centrar en El ataque de los robots de Nebulosa-5 cuyo título es tan gráfico como sincero parece su primo, José Manuel Ibarra, a la hora de esperar el inicio de un nuevo mundo.
Siete minutos bastan para conocer, en base a un presupuesto mínimo y una reinterpretación del género totalmente personal, las milimetradas neuras del director. El ataque de los robots de Nebulosa-5 configura los inicios de unas constantes que intrigan a Chema García Ibarra: los contactos extraterrestres, las clarividencias extrasensoriales y las interpretaciones no profesionales. De aquí al cielo, hace falta solo una pequeña historia contada con atino.
Una voz en off, el terreno vacío detrás de casa y un joven dispuesto a esperar sirven para que el corto resucite, a su manera, las constantes de la ciencia-ficción de salón, a base de personajes que contemplan, y un juego de planos estáticos en riguroso blanco y negro que, carentes de sordidez y capaces de anunciar el humor negro en sus costuras, engalanan unas palabras que hemos leído hasta la saciedad estos días sobre el director, una ‹rara avis› que fascinará a muchos y decepcionará a otros tantos. El ataque de los robots de Nebulosa-5 es sencilla, inteligente y confirma la capacidad de moldear las historias de García Ibarra a sus recién estrenados actores, nunca al revés, para que la personalidad de todos los implicados, pese a su esperada pasmosidad y letargo, forme parte del resultado final.
Tal vez al director no le intrigue el más allá ni el más lejos todavía, pero se confirma desde su primer trabajo que su estilo e inquietudes más raquíticas se van expandiendo para crear una seña de identidad hipnótica y libre de todo complejo, y que más allá de querer inventar algo, muestra su capacidad para narrar lo que él y solo él puede hacer: sumar a los recursos mínimos las ideas magnánimas siempre da como resultado el premio del absurdo.