Kiewarra, de apariencia seca y futuro incierto para aquellos que viven de lo que la tierra les da, es un escenario inhóspito y necesariamente hostil en el que hacer que crezca, a falta de verde, la tragedia y el suspense. El escenario elegido para dar forma a Años de sequía ya imprime un camino directo a todo lo que está a punto de acontecer en la vida de Aaron Falk, un Eric Bana atractivo, atento y coherente que vuelve veinte años después al que fue su hogar de infancia.
La película comienza a traición, nos presenta un crimen y a un hombre que se intuye exitoso en su trabajo como agente de la ley. Es el punto de partida a un viaje al pasado, en apariencia para despedir a un viejo amigo, pero que se convierte en una necesaria e inagotable búsqueda de la verdad.
The Dry está basada en la novela homónima de Jane Harper, y es importante citar este dato porque su narración se resiente como en la mayoría de adaptaciones fieles al texto original. Lo que se puede desarrollar a lo largo de centenares de páginas parece siempre manco y cojo en la pantalla, cuando hay muchos personajes y situaciones que no terminan de defender sus propias historias. Así sucede en esta ocasión, cada vez que Aaron Falk se guía por una pista o una intuición que le lleva a enfrentar un nuevo personaje, parece que el contrario nunca tiene suficiente tiempo para dar a conocer sus razones, pasando por presentar sus ‹highlights› para definirlos, pero nunca llegar a profundizarlos. Esa falta de detallismo es simplemente una cuestión de tiempo, de no poder prolongar el metraje para reproducir cada una de las páginas, pero es demasiado evidente al ver cómo se atan cabos.
Porque el presente de Kiewarra, seco y tenso, es el resultado de un tiempo en el que el agua corría por su ríos. Mientras se desarrolla la trama principal, vamos conociendo el pasado de Aaron y su amigo Luke, creando falsas pistas por las que definir la integridad de cada uno de los personajes. Con esta película nos empleamos en la necesidad de crear numerosos culpables y debemos definir en su avance si los protagonistas son verdugos o víctimas. Resulta muy interesante el modo en que se afrontan sus intrigas y cómo nos van dando pequeñas pistas con las que intuir posibles estigmas que acaban poniendo en la picota a cada uno de los habitantes del pueblo.
Es este el modo en el que nos plantamos en medio de la nada, con una romantizada visión de una ‹coming of age› introducida por ‹flashbacks› dentro de la trama principal, una especie de vía de escape donde nos permiten entender a Aaron y su necesidad de encontrar la verdad en la actualidad para cerrar heridas anteriores, donde campan ‹rednecks› imponiendo el resquemor acrecentado durante esos veinte años de ausencia. Uno de los implicados llega a decir que no va a encontrar verdad en un pueblo donde llevan todos tantos años mintiendo, y es quizá la evidencia de esas pequeñas trampas de cámara que nos invitan a curiosear con posibles culpables o situaciones que hayan llevado a tan fatídicos días.
Años de sequía se experimenta como una historia de suspense ya conocida, que es grata de desmenuzar gracias a un entorno cuidado y unos habitantes de doble cara pese a su sencillez. Su segunda vertiente alimenta un universo más puro en el que aferrarse para disipar enigmas, adecuándose así dos universos paralelos en el tiempo de unas mismas personas. Interesante y capaz de hacer fluir la intriga, sin inventar nada, más bien aferrándose a todos los tics conocidos del suspense, a plena luz del día.