En la primera película de María Silvia Esteve, el documental Silvia (2018), nos encontrábamos con que la directora partía de un material previo existente —formado por multitud de vídeos domésticos familiares— para ir más allá de su sentido figurativo, de lo que representaban sus imágenes. A través del montaje y del metacomentario desde el presente trataba de desentrañar su propio pasado y la relación con su madre, en un diálogo que era tanto reflexivo como dialéctico en las conversaciones con sus hermanas. Allí aparecía un elemento estético que mediatizaba toda la cinta y su percepción: la textura del vídeo. Además de la inclusión de fragmentos de Gone with the Wind (Victor Fleming, 1939) centrados en la figura de su protagonista, cuyas imágenes estaban distorsionadas para ser coherente con el discurso del filme sobre la memoria y su naturaleza subjetiva. El mismo proceso de análisis minucioso y obsesivo de aquellas imágenes por parte de la cineasta argentina es quizá la clave para comprender el salto estilístico que ha dado con su nuevo cortometraje de ficción Criatura (2021). Una conflictiva relación amorosa entre dos mujeres jóvenes es el punto de partida de una obra que plantea desde el comienzo una calculada ambigüedad, como una historia abierta que desafía al espectador a cuestionarse de qué trata realmente.
La referencia a su obra anterior es obligada —aunque a priori parezca basarse en postulados radicalmente distintos— si atendemos a una estructura que por un lado incluye instantes de conversaciones y situaciones de la pareja cámara en mano y con planos cerrados sobre sus rostros. En ellos se dejan entrever los demonios interiores de la protagonista con un tratamiento estético muy fuerte y riguroso. en el que se utiliza de forma sistemática el valor expresivo y simbólico del color en su fotografía mientras se capta su intimidad de manera impresionista. Por otra parte aparecen una serie de animaciones de marcado carácter conceptual: la cámara se mueve lentamente entre unas figuras geométricas rectangulares llegando a un enigmático bosque esférico flotante. Unos planos que funcionan a modo de inquietante abstracción de una realidad ulterior imposible de apreciar a simple vista en las imágenes de la cotidianidad, en aquellas situaciones que como espectadores podemos encontrar más cercanas, pero que resultan herméticas desde el punto de vista psicológico. María Silvia Esteve pone de nuevo en el foco esa imposibilidad de conocer las motivaciones, los anhelos, lo que atormenta a los otros. En lugar de tomar imágenes preexistentes, ahora las rueda o las construye sintéticamente para generar el mismo tipo de relato inconcluso, pensado a modo de rompecabezas.
Esta alternancia entre lo real y una abstracción puramente fílmica podría recordar a los recursos que utilizara Darren Aronofsky en The Fountain (2006). Criatura se mueve así entre el psicodrama “bergmaniano” y una producción hiperestética de género fantástico de Panos Cosmatos, en cuyo uso narrativo de la banda sonora combinado con los movimientos lentos de la cámara se encuentra una enorme resonancia con la ominosa ciencia ficción de Stanley Kubrick, pero aplicada estrictamente a intentar explorar una parte huidiza y compleja del alma humana: la relación entre el amor y el trauma. El choque visual y el contraste formal tiene su traslación también musical, mezclando la electrónica atmosférica junto a una canción de French 79 —Diamond Veins, cuya letra resulta muy reveladora a nivel temático— con la inconfundible pieza Sherezade de Rimsky-Korsakov. Y al hilo de Las mil y una noches, uno podría preguntarse si en el mismo proceso catártico de la creación cinematográfica María Silvia Esteve no estará intentando vivir un día más mientras cuenta historias de otros que nos fascinen como espectadores y, al mismo tiempo, tal como ocurría en Silvia, desvelan más de ella misma de lo que podría reconocer fuera de los límites de la pantalla de cine.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.