Es noche de brujas y no podíamos más que basar nuestra sesión doble en Halloween. Para ello, rebuscamos en el tema hasta encontrar Muerte a 33 r.p.m. de dirigida por Charles Martin Smith en 1986 y The Funhouse Massacre que Andy Palmer creó para noches como esta en 2015. ¡Hoy es la noche en la que todo vale!
Muerte a 33 r.p.m. (Charles Martin Smith)
Las conexiones entre el heavy metal y el misterio, más concretamente con el satanismo, son ya todo un emblema dentro de la contracultura popular. Extraña el hecho de que dentro del cine de terror no haya sido una temática más recurrida, encontrando en esta Muerte a 33 r.p.m. su más significativa aportación, con un plus que enfervorece el espíritu folk hacia el género como es su ambientación en la festividad de Halloween, como reza el Trick or Treat de su título original. Eddie es un adolescente apasionado del metal que en su día a día vive encorsetado por la marginación que le producen unos gustos fuera de toda norma; cuando su héroe musical Sammi Curr fallezca debido a su afición a los excesos, el joven encontrará una grabación a través del dj de la zona (interpretado por el miembro de Kiss Gene Simmons) con la que establecerá un vínculo especial con su ídolo: la reproducción al revés del disco (todo un cliché en la unión de misterio y música rock), desatará el malvado plan del músico, que consiste en aniquilar a todo aquel que ose mofarse o molestar a nuestro protagonista.
Dirige Charles Martin Smith, quien coge ciertas riendas del ‹slasher›, tendencia estrella de la década, para inocularla de un nervio narrativo a ritmo de heavy metal e intentando amoldar una estética propicia a la escena musical del momento, en la que multitud de bandas se aprovechaban del auge del hard rock para apropiarse de una imaginería drástica y lúgubre, dos adjetivos perfectamente anexionados a la (contra)cultura rockera de la época.
Con ello, la película se desarrolla con el sentido hacia la jovialidad y el desenfreno de este panorama musical, que encuadra el film dentro de esa etapa del terror de los 80 donde el horror y la comedia se dan de la mano; en ambos vestigios, la cinta se verá perfectamente compensada, aportando un terror adolescente que no es ajeno a la brutalidad de sus ejecuciones ni a los excesos audiovisuales, unido a un hálito de comicidad especialmente característicos en las apariciones del rockero fantasmagórico. Con todo ello esta propuesta hoy se degusta con enorme agrado por suponer una revitalizante proyección de algunos de los clichés del ‹slasher› en un contexto muy enriquecedor a nivel de conceptos, además de suponer un acercamiento mordaz hacia lo que muchos denominan como el lado menos políticamente correcto de la música popular.
Aunque su target direccionado a un terror mayoritario y con la órbita puesta en el público adolescente impida que la relación entre música y misterio goce de una evolución más enfatizada hacia el cariz siniestro y enigmático de ese espectro musical al que se hace referencia, Muerte a 33 r.p.m. recupera las aristas más desenfadas del cine de género de su década, le añade una hilaridad tratada con cierto mimo y todo ello sin obviar un trabajo hacia el calado estético hacia el terror, aspecto comúnmente ignorado en términos de producción dentro estas simbiosis entre los géneros del horror y la comedia. El cameo de todo un emblema para la música oscura, Ozzy Osbourne (haciendo, con paradoja paródica, de una especie de reverendo anti-rock) redondea el homenaje que desde la película se realiza hacia las fauces más oscuras de la escena musical, y que se acaba convirtiendo en un reivindicable esfuerzo por progresar los tropos del por aquel entonces ya desgastado ‹slasher›.
Escrito por Dani Rodríguez
The Funhouse Massacre (Andy Palmer)
Andy Palmer da lo que promete: una casa del terror, una masacre llena de maníacos, diversión rebuscada (o excesivamente sencilla, al final en estas películas todo nos vale) y la aparición estelar de nuestro Freddie Krueger favorito (sí, sale Robert Englund). En The Funhouse Massacre vas a encontrar precisamente eso y nada más, ¿o es que acaso no es maravilloso ver a los yankies celebrar Halloween una vez al año, con sangrientas consecuencias?
La noche de brujas, muertos vivientes, calabazas parlantes y asesinos implacables es un ‹must› para el cine de terror y sus fanáticos, y aunque con los años nos volvemos menos exigentes con los resultados, las ganas que tenemos de disfrutar de una noche en la que los sustos, los gritos o la malsana diversión nos aferran a estas películas, y un ejemplo perfecto de imperfección cómica y excesiva es The Funhouse Massacre.
Tras mostrarnos un catálogo de sádicos asesinos que pasan por todos los clichés del mundo del terror, esto es un Hannibal gordito, un Leatherface con dotes para la lucha libre, una Harley Quinn hábil con la costura, un taxidermista tan adorable como el de Psicosis y un dentista que Brian Yuzna querría para sí, liderados por el perfecto anfitrión de cualquier secta, nos prometen que la casa del terror, esa en las que uno entra para desfogarse o reírse un poco de los sustos ajenos, se convertirá en un océano de sangre y vísceras totalmente anárquico. No necesitan disfraces, ellos mismos son fieles a sus personajes.
Aunque muchos se han puesto serios con el tema, Palmer se decide a mezclar humor con tragedia a partir de un grupo de personajes arquetípicos, perfectas víctimas que, sin grandes habilidades para permanecer con vida, harán lo posible por salir de ahí. La película juega con la insensibilización del espectador a base de mostrar gente muriendo por doquier que todos los que por allí pasean toman como espectaculares actores de bajo presupuesto. Pasamos así a una segunda parte de sálvese quien pueda que mantiene un pulso entre la supervivencia de aquellos que deberían caernos bien (siempre los hay prudentes y torpes que deben permanecer en nuestras oraciones) y esperpénticas muertes de los malos de la película.
Así, The Funhouse Massacre intenta ir un paso más allá en aquello de juguetear con los estereotipos, porque se hace fuerte dando pie a las víctimas a defenderse cuando no están dispuestas a tragar con los rollos raros de sus asesinos, permitiendo que los policías sean patanes incapaces de salvar y proteger a nadie, y que los asesinos no tengan una mejor baza que reproducir una y otra vez su papel sin importar cuál sea su destino final mientras sirvan para mantener el caos a fuego fuerte.
Lejos del truco o trato infantil, la película llega a un momento en el que la fiesta se apodera del caos (no al revés), y las frases jocosas, los espachurramientos corporales y la mala suerte nos ofrecen un entretenimiento puro y duro solo válido para noches como la que nos espera hoy. Porque Halloween es un poco menos divertida si algún director no se pasa de listillo y asume que reinventar ya está muy visto. Mucho mejor dar una buena dosis de malo (o no tanto) conocido.
Escrito por Cristina Ejarque