Las claves de un género que necesitaba renovarse si o si llevan subvirtiéndose en los últimos años hasta extremos inhóspitos. Zodiac, de David Fincher, fue una de las responsables de una vuelta de tuerca que Silencio de hielo aprovecha para enarbolar a través de algunos de sus logros uno de esos thrillers dramáticos cuyo poderío acapara múltiples virtudes que, aunque nos hacen anexionarla rápidamente con aquel título, también se escinden de Zodiac debido a las clarísimas ideas de un cineasta que empiezan con su puesta en escena; esa puesta en escena nos coloca en la década de los ochenta reproduciéndola al milímetro, no únicamente gracias a la ambientación portentosa, también al aspecto de una fotografía que complementa a la perfección un trabajo impecable en ese aspecto y que nos trasladará a un crimen atroz que se revelará como carta de presentación. A través de esa secuencia, la del asesinato que marcará el devenir de una serie de personajes, se pueden empezar a entrever las cualidades de un cine áspero como él solo: el plano cenital de su arranque que nos aleja del criminal, el tono seco y contenido de un crimen mucho más terrible de lo que parece indicar la escena, la reacción de un compañero impertérrito ante el comportamiento del que más adelante se nos descubrirá como su mentor… todo resultan detalles que definen y delimitan las lindes de una propuesta que desde ese mismo instante se tornará absorbente como pocas.
Veintitrés años han pasado y, de repente, sin motivos para ello, el crimen se reproduce. A partir de ese instante, una galería de personajes con más sensaciones contenidas de lo que parece topará frontalmente con la escena de un asesinato que se repite sin saber el porqué, y les devuelve a sensaciones que ya creían haber dejado atrás. Bo Odar define a todos y cada uno de esos personajes con un trazo envidiable, sin necesidad de disuasorios ‹flashbacks›, empleando en su lugar una herramienta que cada vez parece más minusvalorada: el diálogo. En ocasiones de esencia extraña e incluso insólita, define su carácter con trazo y una tenacidad fuera de toda duda, incluso trenzando secuencias dramáticas de lo más caprichosas que, no obstante, y lejos de deslucir el resultado, se muestran como vivos reflejos en un marco donde ese carácter dramático lo es todo.
No es hasta más avanzada la propuesta, con la aparición de un personaje pasivo y de singular comportamiento pero tremendamente vital para el devenir de la trama, cuando el cineasta de origen suizo parece empezar a caer en errores que rehuía con elegancia. No es tanto la manifestación de ese personaje —que, con un brillante desenlace, se termina comprendiendo— lo que diluye en cierto modo el tono de la obra, pues sigue en consonancia con el resto de comportamientos presentes, sino más bien la conversión de ese thriller dramático hacia uno al uso que parece querer atar cabos a toda costa, y cuya resolución pende de un hilo extremadamente delicado que incluye finiquitar una investigación que, por poner el ejemplo más cercano y mentado con Zodiac, no era realmente necesario. Cierto es que bo Odar sigue ofreciendo respuestas convincentes y que la magnífica fuerza con que afronta cada secuencia no hacen que el resultado se tambalee, pero es tan cierto como que por el camino se pierde una esencia construida con mucho acierto y minuciosidad.
Lejos de esa minuciosidad, sigue construyendo secuencias francamente impecables, cuya esencia quizá rebaja un tono logrado —en apariencia— con tan poco, pero que se alejan de un contenido dramático que llevaba un peso demasiado importante como para aclararse de ese modo. No sabe, quizá, mediar un equilibrio entre dos partes que después de todo resultan necesarias y se complementan, pero sí despejar dudas con una conclusión que le deja a uno con un puñal en el pecho, preguntándose si esa exploración de remordimientos, culpa y, sobre todo, soledad han dejado de alcanzar su objetivo tras un último plano que, de tan eficaz, le deja a uno revolviéndose en la butaca, pensando que en esta intachable joya probablemente se sienten las bases de un cineasta con un gran futuro, cuya perspectiva se desplaza mucho más allá de la intención inicial tocando temas tan delicados y tan complejos con un tacto que ya muchos querrían para si, pero no sólo por saber manejarlos con excepcional trazo, sino también por dejar una cinta tan demoledora como intensa.
Larga vida a la nueva carne.