Hay un problema de base en el nuevo thriller español, la necesidad de adherirse a una fórmula ajena que siempre resulta exitosa. Las últimas películas con las que nos hemos topado en la gran pantalla tenían ese deje norteamericano en sus imágenes y construcciones, un cine que el espectador medio acepta como impactante, y que muchos directores (o productores) admiran y desean reproducir bajo sus propias condiciones. No es malo, es más, es totalmente disfrutable, pero le falta a este método algo que le diferencie del resto. Ahí es donde entra Óscar Aibar, aquel que nos hizo vivir de cerca la conspiranoia setentera catalana en Platillos volantes, que pasó luego a liderar el humor más sencillo con su visión del creador de Anacleto, agente secreto en la película El gran Vázquez y se anima ahora con el suspense revisitando los ochenta con El sustituto.
Aibar rompe con esa base “blockbusteriana” y no por su excesiva representación española —véanse los primeros planos a banderas, saludos al sol, Naranjitos, jugadores de la selección de fútbol y bigotes espesos— sino por su interpretación de una época concreta a través de los ojos de su personaje principal, un Ricardo Gómez duro y complejo que borda su papel de recién llegado.
Porque las historias que comienzan con perdedores de manual llegando a un nuevo espacio, siempre más pequeño que el anterior como vía de escape, dan mucho juego. Andrés Expósito (o solo Andrés, como él prefiere que le llamen) llega a Denia en pleno 1982, año de Mundial de fútbol de España, con el semblante tan serio como su formalidad en el trabajo. Pivotamos desde entonces a su alrededor y nos basamos en sus percepciones para descubrir al hombre entregado y errático, que se enfrenta en la “terreta” al status silencioso de unos pocos a golpe de reloj tornasolado.
Maravilloso es el personaje de Pere Ponce, el hombre acabado, el socialista, aquel que calla y busca la llegada de una nueva sociedad, que descompone cualquier idea de película que rememora tiempos pasados, tiempos mejores, en realidad nos devuelve un espejo social que nunca termina de conseguir ese deseado cambio. Así llegamos a los nazis al sol, los protegidos de esta trama que desea desentrañar el sustituto de un policía recientemente muerto en extrañas circunstancias. Investigaciones, duelos de miradas, gordos y viejos alemanes disfrazados que cantan cerveza en mano (algunas de los mejores momentos del film se basan en esta idea) y escenas de acción muy bien hiladas, hacen de El sustituto una experiencia perfectamente ambientada, intrigante y capaz de engancharnos, que sobrevive al recuerdo y pone cara desde muy dispares puntos de vista a la negación del mal dictatorial, siempre con el “policía poli” como eje ilustrativo.
Un pero —no pero sí, el peinado de Gómez— es el empeño de, a través de ‹flashbacks› y ‹flashforwards›, recomponer la imagen de Andrés para humanizarlo, obtener relatos aledaños con las conversaciones actuales de la periodista y la doctora para dignificar la labor del policía y sus sentimientos encontrados, o añadir en modo calzador a su mujer e hija para obtener un porqué de su nuevo lugar en el mundo, algo que sin estos extras ya se sobreentendía, y que parece tener como objetivo final ganarse al público más dramático, al que no disfruta del mismo modo la acción.
El sustituto nos habla del españolito tardío, la necesidad vivir bajo el acomodo de los ricos y codiciosos y la imposible postura de la justicia en este terreno todavía resbaladizo de los primeros ochenta en España. Un retrato por parte de Aibar seco y oscuro, pese a las perfectas vistas al mar. El thriller con seña de autor sin rebuscar imitaciones ya consolidadas también es posible.