Trabajar con la atmósfera, más allá de los problemas de mantener el pulso de la inmersión, supone un riesgo evidente: que detrás de ello no quede nada más. Nada tan decepcionante como entrar en un mundo de sensaciones y no sacar nada claro de ello. Como si fuera un fin en sí mismo y no un medio para generar otro tipo de conclusiones. Lamb tiene pues un triple mérito, no solo consigue que lo atmosférico sea desasosegante en todo el metraje sino que además sirve como base metafórica de lo que nos quiere contar amén de usar un recurso argumental (y visual) tan extravagante como de impacto en el recuerdo.
Esta es un historia de vacío emocional y de la desesperada búsqueda de algo con que rellenarlo. De cómo subsanar una imposibilidad (la maternidad física) a través de la adopción. Ciertamente es impactante el recurso del híbrido entre el cordero del título y un ser humano, pero por encima de lo chocante que parezca, nos indica a las claras la necesidad de satisfacer un impulso emocional al precio que sea.
Los parajes fríos e inhóspitos de Islandia parecen ser el reflejo de la aridez en lo emocional de su protagonista (excelente Noomi Rapace), cuyos días parecen transcurrir en una rutina de trabajo duro y de contacto humano escaso con un marido con el que se intuye una relación de cariño en la que hay barreras de un drama fuera de plano al que la frialdad de sus gestos no nos permite llegar.
Es solo a través de la llegada de este extraño ser híbrido y la de un tercer invitado, el cuñado de la protagonista, lo que llenará de alguna manera este vacío, permitiendo, ni que sea de forma velada, descubrir aspectos del pasado que aclaran las actitudes presentes. Todo ello a través de un ejercicio meritorio de suspensión de incredulidad que nos permite entrar en el juego a pesar de la extravagancia del mismo.
Sin embargo, superado lo increíble y extravagante de la propuesta en cuanto a su plasmación visual, hay que ir un paso más allá y no quedarse en la simple anécdota. En el fondo, la figura de la niña-cordero podría ser perfectamente intercambiable por un ser humano perfectamente normal. Haciendo este ejercicio, Lamb se revela como un estudio profundo del dolor, la soledad y la desesperanza. De cómo hay anhelos que solo pueden ser cubiertos si se realizan al completo aunque haya vendajes o consuelos emocionales que no se perciben siempre como accesorios insuficientes sino como generadores de más dolor si cabe.
Solo hay que contemplar el último plano del film (ópera prima en largo de Valdimar Jóhannsson) para comprender todo lo narrado: depuración a gris en tonalidad, soledad central de la protagonista y vacío paisajístico. Limpieza absoluta de elementos y una cierta abstracción conceptual que ponen en primer plano lo que significa el dolor de la pérdida y la ausencia total de asideros donde buscar un poco de consuelo. El mensaje final de Lamb no busca moralinas, empatía ni redención, sino una precisión quirúrgica en el retrato del dolor. Triste, certera e inevitable.