Verónica Lara es la ‹influencer› del momento y la esposa de un jugador de fútbol de gran proyección internacional. Recién regresada a Chile, se encuentra obsesionada por alcanzar los dos millones de seguidores para tener la oportunidad de ser contratada como imagen publicitaria de una importante marca de cosméticos. Al mismo tiempo, la investigación sobre la muerte de su primer bebé sigue su curso años después de que sucedieran los hechos. La Verónica (Leonardo Medel, 2020) plantea desde el comienzo una rigurosa composición que no abandona nunca. La protagonista Mariana Di Girolamo ocupa el centro de la imagen durante todo su metraje, en un plano medio frontal estático que remite a la característica estética del ubicuo selfie. Lo que podría parecer un simple ejercicio de estilo permite al director aprovechar para sus intenciones discursivas la escurridiza y ambigua relación de la cámara con el rostro, la mirada y las expresiones de la actriz mientras demuestra su sublime capacidad de cambio de registro al enfrentarse a multitud de situaciones —en un relato que sigue su punto de vista de manera estricta narrativa y escénicamente en distintos espacios—. La seguimos así con sus problemas para cuidar de su nueva hija, respondiendo a las preguntas del policía que la interroga, discutiendo con su marido, relacionándose con sus amigas en la piscina o posando en sesiones fotográficas.
La mirada irónica sobre el mundo superficial y prefabricado de las redes sociales y la exposición pública de la intimidad es la primera de las múltiples capas que se pueden encontrar en el filme, cargado de matices que se abordan con elementos de sátira y humor negro. Lo estático del planteamiento visual se compensa con unos diálogos que sirven de eje absoluto de la narrativa, que permiten a Di Girolamo jugar con la ambivalencia de sus frases e intenciones, cambiando el tono de un instante a otro incluso dentro de la misma escena con una facilidad pasmosa. La crítica directa a la falsedad de la máscara construida sobre el ámbito social proyectado a lo global en Internet pasa también por una exploración de las dinámicas cotidianas y las relaciones personales fuera de ellas. Verónica es hipócrita, miente, manipula y presenta caras distintas según el interlocutor y sus intereses en cada situación. La obsesión por conseguir atención y seguimiento online no es únicamente una extensión de su vida, sino que estas se retroalimentan la una a la otra con consecuencias reales y tangibles. Igual que busca la aprobación de los niños accediendo incluso a peticiones de dudosa ética, chantajea emocionalmente a su esposo y utiliza una campaña de sensibilización con las personas quemadas para lograr mayor exposición pública.
El artificio y lo falso se presentan como exhibición también de la naturaleza de la imagen cinematográfica a través de la decisión formal que la mediatiza por completo. Incluso da pie a un metacomentario dentro de la cinta: cuando el marido de la protagonista le pide que se quede en segundo plano alguna vez, que no quiera ser el centro de atención siempre. Desde la sutileza emocional de su interpretación, la película filtra sus contradicciones en el subtexto y las grietas del personaje, de su propia percepción y de lo que transmite a los demás. Verónica manipula a quienes le rodean al mismo tiempo que Leonardo Medel hace lo mismo con los espectadores, presentando las posibles ambivalencias de cada decisión, frase y secuencia en la que ella elabora unos oscuros y retorcidos planes, que se desvelan poco a poco por sí mismos, sin que seamos conscientes de ellos hasta el último momento. Se unen así la intensa identificación con el personaje por un lado —al mantener la cara de Di Girolamo como referencia absoluta inamovible— con las múltiples interpretaciones de sus actos y órdenes a las empleadas domésticas, las peticiones a su esposo… que van dibujando una mujer de una amoralidad obscena, que a la vez refuerza las posibilidades de autenticidad del dispositivo (de la imagen) para nosotros y las cuestiona.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.