¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Preguntas existencialistas que podrían complementarse con otra de más reciente actualidad ¿Cuál es el sentido de nuestra adscripción nacional o emocional? Al fin y al cabo, las tres primeras preguntas pueden responderse escuetamente, ni que sea o bien a través de un documento acreditativo, a través de nuestra memoria o de nuestros futuros proyectos personales. Pero, ¿basta con eso? ¿qué hace sentirnos de una manera determinada respecto a la familia o el país? Maïwenn parece querer desentrañar este misterio en su último film ADN.
En realidad, y esta es la principal virtud y también defecto de la película, es que no se nos cuenta nada excepcionalmente nuevo ni trascendente ni su aparato formal es ningún prodigio de narración. En cuanto al primer asunto nos encontramos ante el típico film de reunión familiar tras un deceso y, a raíz de ello, surgirán las disputas, diferencias, reconciliaciones y catarsis habituales. Un drama que tiene sus momentos más tensos, otros más humorísticos y donde se mezclan los conflictos internos de la familia con el conflicto de pertenencia nacional emboscado entre lo francés y la herencia colonial argelina.
Para ello Maïwenn usa un estilo semi-documental. Mucha cámara en mano, mucho seguimiento de los personajes y mucho primer plano con el objetivo de recalcar los estados de ánimo y las diversas personalidades de sus protagonistas. Una fórmula sencilla y que no cabe duda de que acerca convenientemente a los personajes pero que por momentos sobrecarga por subrayar en demasía unos sentimientos y emociones que o bien ya hemos entendido o que quizás necesitarían de una aproximación más sutil para dimensionar en su justa medida los conflictos.
Lo que se consigue es crear un efecto opuesto al deseado. En lugar de empatizar y de buscar un retrato que fuera de lo particular a lo universal ADN se obstina en cerrar más y más el foco no solo en la unidad familiar sino en una de sus protagonistas. El resultado es que lejos de entender un conflicto por el que pueden pasar muchas personas se acaba por poder (sobre)interpretar como aquello que irónicamente se denominan “problemas del primer mundo”, como un tema personal de la protagonista que, en un ataque de culpabilidad pequeñoburguesa, decide una vuelta a las raíces más cercana al autodescubrimiento de manual de autoayuda que a una sincera necesidad de mirar atrás para enfocar el futuro.
No cabe duda de que Maïwenn no decepcionara a sus seguidores ofreciendo exactamente lo que se espera de ella. Rodeada de grandes intérpretes, hay una voluntad coral para que todo el mundo tenga su momento de lucimiento, pero también una reserva explícita de tiempo, esencialmente su tramo final, donde se produce una individualización en su figura. Con ello, lo que se sentía como un film de aires naturalistas, aunque algo rutinario, se convierte en un catálogo de cine de lo intenso, en la acepción más negativa del término, que acaba por anular cualquier posible reflexión interesante y en un ejercicio que siente como impostado, fútil e inane.