Sobre el bien y el mal.
He visto a Albert Dupontel actor en papeles complejos, oscuros, con un gran peso sobre sus hombros. Todo conocemos Irreversible y su papel de amigo, de observador de golpe. También gracias a un reciente ‹remake› le observamos en la original Le convoyeur, con su rictus, su tesón. Pero una marca profunda en su filmografía es ese papel representado en Dejad de quererme, ese tipo tan a favor de destruir el mundo, especialmente su micro-universo personal, rompiendo en pedazos el corazón de quien viera la película.
Pero Albert Dupontel lleva muchos años dirigiéndose a sí mismo. «Soy Juan Palomo…» y lo que sigue. Como director, sin olvidar esa facilidad que tiene para representar cualquier agrio aspecto humano, tiene cierta predilección por la comedia, una negrísima, eso es cierto, pero el humor más sencillo rodea siempre a sus historias. Siempre protagonista de sus películas, sabe combinar con mucho tino al personaje perdido, ajeno a la sociedad, que a base de disparatadas e improvisadas aventuras nos hace reír, mientras suelta sibilinamente —o sin disimulo alguno— alguna crítica a esa sociedad a la que no quiere asistir. Lo ha hecho en su última película, una Adiós, idiotas que ha ido a por la administración pública y su inoperancia, y lo hizo en la joya que hoy nos acompaña, Le vilain en un duelo donde el mismísimo Dios tiene algo que ajusticiar.
En Le vilain, Dupontel es un experto ladrón que todos buscan y que disfruta haciendo maldades por doquier. Pero el Dupontel director no pone el ojo en un principio sobre sí mismo, lo que encontramos es a una anciana —una magnífica Catherine Frot caracterizada para la ocasión— que ve cómo por supuestos deseos celestiales, no consigue que siquiera un resfriado afecte a su férrea salud. Lo que muchos celebran, para esta mujer es un castigo divino que le gustaría solventar de algún modo. Hasta que ambos se cruzan. Madre e hijo. La señora bondadosa y el maquiavélico delincuente que fue gestando desde pequeño. El bien y el mal bajo un mismo techo. Que comience la lucha.
Sin necesidad de invocar ángeles ni demonios, se destapa dentro de la casa de la anciana a la que vuelve Sidney, apodado “el villano”, una guerra santa al descubrir la mujer quién es realmente su hijo. Intentando que el hombre lleve a cabo alguna buena acción por naturaleza propia, nos lleva a divertidas situaciones de caos y destrozos, más afines a un tebeo que a un ‹slapstick›, donde los dos luchan literalmente por llevar al camino opuesto al otro.
Con una inmobiliaria “buitre” de fondo, para no perder de vista que otras forma de plasmar el mal existen en el día a día, el ‹el tour de force› entre madre e hijo nos lleva a un pique magistral donde el buenismo se diluye y la maldad se transforma poco a poco en una caricatura de típico malvado de cuento, a pesar de la pistolas, la sangre y los personajes alienados que se suceden por ese dormitorio infantil.
La redención será a golpes o no será, parece querer contarnos Dupontel, que se inventa para la ocasión la “tortugavisión”, consiguiendo que la participación de un animalito indefenso, torpe y lento convierta sus escenas en instantes imprescindibles para disfrutar Le vilain. Además cuenta con algunos de sus colaboradores habituales, como Nicolas Marié y Bouli Lanners (siempre se devuelven el favor cuando dirigen una película).
Siempre payaseando, pero certero en sus críticas autoimpuestas a una sociedad que deja a unos muchos fuera de lo considerado normal, Albert Dupontel es una de la claves en el humor francés con doble cara, una especie de descarga donde no deja de lado el drama, al contrario, sabe aprovecharlo para que la broma continúe. Divertida, distendida y combativa, Le vilain es imprescindible para entender a Dupontel y sus visos de humor ácido y recurrente.
Perfecta para la hora del té. Sin azúcar, por favor.