Empecemos por lo anecdótico: En un momento de impás, los protagonistas de Shorta se ponen a hablar de fútbol. Y en medio de la conversación se definen los grupos. Los inmigrantes marroquíes, a ojos de la policía, son todos del Arsenal porque es un club de vagos incapaces de progresar. Por el contrario, a ojos de la inmigración, todos los policías son del Real Madrid por chulos, ladrones, corruptos y racistas. Y lo peor de todo ello es que ninguno de los presentes en la conversación lo niegan, es más, lo asumen con una buena dosis de orgullo irónico al respecto.
El motivo por el que se hablamos de esta anécdota es que, de forma involuntaria, define muchos de los aspectos de la película, esencialmente la descripción a brochazos de comunidades y personajes y la incapacidad de darles profundidad y, con ello, un interés dramático a la trama.
No se puede negar que el film dirigido por Frederik Louis Hviid y Anders Ølholm arranca con cierta fuerza, situándonos en zona de guerra urbana y preparándonos para un thriller, casi un ‹survival›, violento, sucio y despiadado. Un tipo de película deudora de la visión genérica francesa al respecto de los problemas con la inmigración en una ‹banlieu› parisina. Precisamente, al igual que, por ejemplo, en Los Miserables, hay un grave problema de tono en todo ello, una incapacidad para encontrar el punto intergenérico donde la acción deviene drama y donde la causalidad pasa a ser tema central en detrimento de la violencia.
Shorta, en este sentido es tan directa en el planteamiento de situación y personajes que luego es incapaz de salirse del estereotipo. Durante demasiados minutos del metraje hay un esfuerzo por profundizar, por establecer dinámicas dramáticas que acaban en divagaciones y en callejones sin salida argumentales que no llevan a ninguna parte o peor, nos llevan al punto de partida del comportamiento. Algo que podría tomarse como una lección moral al respecto (no hay salidas) pero que dado el esfuerzo ingente mostrado parece más bien un atajo de guión para resolver el asunto.
Hablando de moralidad, también entra en juego una mirada al respecto donde se busca la ambigüedad y la complejidad de los personajes, pero siempre a través de mecanismos tan burdos (el apelar a que todos tenemos familia, las condiciones sociales, etc) que nunca acaban de ser creíbles. En este sentido, al igual que sucede con la trama, se llega a un punto de no retorno donde finalmente todas las posiciones del tablero quedan donde estaban. No se trata de una mirada distante sino más bien impotente a la hora de resolver el conflicto.
Podríamos decir que estamos ante un film que se queda a medio camino prácticamente en todo lo que se propone, que abre muchas vías e interrogantes, pero nunca se decide a resolverlos de forma valiente o, por lo menos, de manera que se pueda sacar alguna conclusión al respecto. Shorta pues adolece de falta de decisión o, mejor dicho, de toma de decisiones demasiado inconsistentes a través de una necesidad autoimpuesta de querer trascender el género en favor de algo más comprometido socialmente cuando, quizás, hubiera ganado muchos enteros siendo un thriller puro y duro, sin más aditivos que la propia adrenalina desprendida.